#34. Irreparable

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Muchas veces expresamos que nuestro corazón está a punto de explotar.

Sea de alegría, sea de tristeza.

Pero, ¿qué pasa cuando ese dicho, en vez de ser algo figurado, es algo literal?

Llevaba días, tal vez semanas, sintiéndome oprimida, como si, constantemente, dentro de mi pecho, se estuviera produciendo un fuego avasallador.

Odiaba admitirme a mí misma que, por enésima vez, pasé la noche en vela con mis lágrimas siendo mi única compañía.

¿El manantial culpable de mis cascadas de agua salada?

Claramente él.

Su mirada marrón que era más deliciosa que el café que me tomaba cada mañana; sus brazos que se ajustaban como candado alrededor de mi cintura; la extraña mezcla de ternura bestial que condimentaba nuestra relación.

Llevaba aproximadamente media hora detrás de mí, apoyado en la pared con un rostro inexpresivo, observándome, mientras yo me maquillaba.

Quizá pensaba en todo y en nada, exactamente como yo lo hacía en ese preciso instante.
Quizá los recuerdos de la noche anterior también tejían una película confusa dentro de los pasillos de su mente y alteraban sus sentidos de sobremanera.

Inspeccioné brevemente sus expresiones faciales a través del espejo y seguía igual de mudo y confundido como cuando entró en la habitación y me halló arreglando mi cabello en el vestidor.

- Lo de anoche no debe volver a repetirse - enuncié en el momento en el que me sentí con la valentía suficiente como para abrir la boca, a la par que terminaba de ponerme los aretes.

- Pues, está hecho y pasó por algo - caminó hasta situarse detrás de mi espalda y posó su barbilla en mi hombro izquierdo. - Yo tampoco lo tenía planeado - acercó su nariz a mi pelo para inhalar el olor que este desprendía y yo cerré los ojos, tratando inútilmente de disimular que el oxígeno se me escapaba de los pulmones cada vez que lo tenía respirando cerca mío.

- Es mejor olvidarlo - sentencié poco convencida de mis palabras.

- No puedo.. - negó con la cabeza y susurró en mi oído. - No puedo y no quiero olvidarlo - nuestro intermitente contacto visual a través del espejo se vio interrumpido cuando me levanté de la silla en la que estaba sentada y lo confronté cara a cara.

- No te hagas a la idea de que nuestro matrimonio tiene salvación - suspiré sobre su boca casi casi chocando nuestros alientos. - Porque tú mismo renunciaste a esa posibilidad el día que me pediste el divorcio - volvió a negar de manera casi imperceptible como si quisiera evadir el dolor que mis palabras le causaban y me recostó sobre la pared más cercana, retomando la cadena de susurros que habíamos desarrollado.

- Fueron más mis celos y la decepción, eso pudo más que el amor que te tenía - su confesión rápidamente taladró mi mente y eso provocó que la ira volviera a apoderarse de mis entrañas, manifestándose en la primera lágrima que se deslizaba por mis mejillas.

- El día que me dejaste en la cárcel y me apartaste de mis hijos empecé a odiarte y ese odio creció cuando me enteré de la mentira que tú creaste - rozó nuestros labios y por más que quise frenar todo lo que quería decirle y besarlo, en la balanza pesaban más las cosas negativas que aún sentía por él y la rabia que me daban sus actos atroces. - ¿Te das cuenta que por tu culpa tengo que vivir esta farsa, ser la madrastra de mis propios hijos? - recriminé con la voz quebrada y lo empujé, a lo que él retrocedió varios pasos.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora