#14. Lazos de mentiras - III

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Al parecer ese día todos los astros se confabularon para que las verdades empiecen a centellear en el cielo.

La mañana que prometía sucesos meramente ordinarios y aburridos, se había equivocado de pronóstico y los rayos de sol se ahogaban ante la inminente tormenta. Afuera, todo se tiñó de color grisáceo y contrario a la sequía que habitaba en la mirada consternada de las tres personas que estaban a punto de comenzar una disputa, en el exterior de su casa, la lluvia caía torrencialmente. Anunciaba una ráfaga de viento que traerá consigo otra racha de dolor encubierto, trapos sucios y una nueva  amenaza contra la poca estabilidad familiar.

Los tres integrantes de la familia Lombardo percibían la tensión que reinaba en el ambiente, una tan densa que podría cortarse con un cuchillo. Sus rostros estaban pintados con el mismo conjunto de temor, confusión y unas ganas inmensas de salir corriendo de ahí. Cada uno era consciente de que una batalla campal estaba aproximándose, que la bomba explotada iba a dejar ruinas a su paso y que aunque le den arañazos en la espalda al pasado, nada volverá a ser igual.

¿Cómo lograrán destapar una tubería obstruida por las mentiras acumuladas?

Peor aún, ¿cómo renunciarían al letargo que les impedía moverse y los obligaba a callar?

Caminaron por todos los círculos del infierno, pero les quedaba uno último - el purgatorio.

- Papá, la explicación era para hoy - espetó irritada ante los movimientos constantes de su padre que estaban próximos a abrir un hueco en el piso. - ¡Habla ya!

- Don.. Dónde.. - abría y cerraba la boca, sus palabras parecían atoradas en sus cuerdas vocales.

- ¿De dónde sacaste esto? - cuestionó la pelirroja al ver que su esposo no podía emitir ni un simple sonido.

- Señora, lo que menos quiero en este momento es verla regocijarse de mis desgracias, así que la invito cordialmente a que desaparezca de mi vista - señaló con el dedo índice en dirección a la puerta. - La salida es a la izquierda. Ojalá se pierda y termine yéndose para siempre, pero a la mie.. - el pelinegro al fin reaccionó y sacudió violentamente su antebrazo.

- ¡No seas insolente! - gruñó él con los ojos abiertos como platos. - Cuida tu vocabulario y que sea la última vez que te dirijas así a Marisa, ¿me escuchaste? - la soltó al fin, percatándose que había dejado marcas rojizas en la piel de la chica y luego checó el estado en el que se encontraba su esposa.

- Será la última vez que cruzo palabra con alguien, pero será contigo - masajeó el lugar lastimado, sin poder evitar que sus ojos brillosos delataran que estaba arrepentida por lo dicho. - Fuiste tú el que la cagó, ¡así que habla! - ordenó fúrica. - Tan poco hombre eres que pensaste que mi mamá te engañó y tuviste que desquitarte conmigo. ¿Cuál era mi culpa? - lo encaró, apretando la mandíbula para evitar el correr de sus lágrimas. - ¿Nacer?

- Hija, yo.. - trató de excusarse buscando alianza en la pelirroja, pero ella se mantenía estática en su posición con la mirada cristalina.

- ¡Hija nada! Desde temprana edad he sufrido tus rechazos uno tras otro y desde que tengo uso de razón me tratas con la punta del pie - sentenció a la par que elevaba su tono de voz. - Jamás me diste un beso, una palabra de cariño y permitiste que mi tía Lucrecia gobernara mi vida. Me tragaba sus insultos y que siempre me dijera que soy la oveja negra de la familia.

- Lú, perdón.. - quiso tocarla, pero ella se alejó bruscamente.

- ¡No me toques! - se ubicó en un rincón del despacho y siguió desahogándose, aún con el papel en mano. - Viví toda mi vida esperando a que llegaras para consolarme después de una pesadilla espantosa, a que me cantaras en un cumpleaños o que simplemente me preguntaras si estaba enamorada - sollozó, ya sin poder controlar sus emociones. - Te pregunté mil veces si te había hecho algo malo, si te desilusionaste cuando supiste que tendrías una hija y no un hijo.. Me lo negaste todo papá. Sólo quise que me amaras, es lo único que pedía - rompió en llanto, recargándose sobre la pared, mientras su progenitor se acercaba y la abrazaba.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora