#17. Lazos de mentiras - VI

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¿Dónde estaba?

Todo a su alrededor era abrumantemente negro, como si estuviera levitando entre nubes color azabache. La aparente serenidad se veía opacada por los gritos insonoros de su familia, la sirena de una ambulancia y movimientos toscos por parte de unas pares de manos desconocidas sobre su piel. Repentinamente, sintió que estaban trasladando su débil cuerpo hacia un recinto que emanaba un fuerte olor a medicamentos mezclados, comúnmente conocido como "olor a hospital".

Las punzadas que tomaban forma de martillo en su mente seguían arremetiendo las paredes de su cuello uterino o eso pensaba, ya que los diferentes niveles de dolor se desdibujaban entre el estallido de llanto que se escuchaba a lo lejos.

Contrariando la anestesia a la que estaban sometidos sus sentidos, las sensaciones en su zona abdominal eran aterradoras, gélidas y quirúrgicamente necesarias. La imagen borrosa, de repente, dio un salto temporal, abriéndole paso a una conversación que la pelirroja escuchaba en baja volumen. Aún así, era capaz de distinguir las palabras difuminadas que provenían de algún lugar cercano a su cama.

- "Cómo están mi mujer y mi hijo, doctora?" - su voz sonaba llorosa, distorsionada, poco segura al hacer esa pregunta.

- "Lastimosamente tuvimos que practicarle un legrado. Está estable, pero hay que mantenerla bajo supervisión médica".

La neblina que pesaba sobre sus ojos agudizó su negrura y sintió cómo una gota roja se dezlizaba por su pierna derecha, anunciando así el final de su pesadilla.

Todo había sido un sueño.

La creciente sensación de que estaba abrazando al aire, la hizo abrir los ojos de golpe y saltar con demasiada rapidez de la cama que estaba completamente vacía. Alarmada, corrió escaleras abajo sin siquiera preguntarse cómo era su aspecto físico. Se veía ligeramente demacrada, agitada y su cabello no estaba pasando por uno de sus mejores días. Tenía las manos puestas sobre su estómago en señal de que estaba protegiendo algo inexistente, pero al encontrar lo que estaba buscando se recompuso en cuestión de segundos.

- ¿Má, no deberías estar durmiendo? - preguntó su hija un poco extrañada de verla correr tan despavorida, rápidamente bloqueándole el ángulo para que no pudiera ver qué sucedía detrás.

- Otra vez están tramando algo - los inspeccionó con suspicacia, percibiendo lo tensos que se habían puesto los cuatro. - ¡Exijo saber si esta vez tendremos que llamar a la policía, a los bomberos o a emergencias! - les dedicó una mirada reprobatoria, conteniendo la sonrisa que se asomaba en sus labios.

- A nadie, a nadie - contestó su cuñada, acercándose y tomándola de la mano. - Ven, vamos arriba para que te retoques un poquito.

- ¿Eh?

- Digamos que tu pelo ha tenido días mejores - tosió para esconder su nerviosismo. - Hazme caso - la empujó levemente para incitarla a andar, mientras en su mente empezaba a maquinar un pretexto con el cual podría mantenerla en la habitación el máximo tiempo posible.

- ¿Quién era el encargado de vigilarla? - cuestionó Esteban, cruzando los brazos.

- ¡Tú! - acusaron sus hijos, hablando en coro.

- ¿Yo? - enarcó la ceja derecha, abrochando el botón de su saco de manera autoritaria.

- Casi arruinas la sorpresa que llevamos meses preparando, tenías una tarea bastante simple por cumplir y hasta eso te salió mal - reprochó la joven, visiblemente molesta.

- Eras el único que podría entretrenerla, ya sabes lo intensa que se pone cuando le guardamos secretos - agregó el joven, terminando de pulir el vidrio del marco de fotos. - Además, en otras circunstancias no la dejas salir de esa recámara por horas - dijo en doble sentido, provocando que su padre lo viera de soslayo como si quisiera matarlo por su indiscreción. - Hoy, precisamente hoy, ¿se te ocurre dejar de ser un encimoso? - le dio un codazo, recibiendo otra mirada asesina de vuelta.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora