#16. Lazos de mentiras - V

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Instantes disfrazados con gotas de eternidad, atreviéndose a silenciar la melancolía de las almas cansadas bajo la lupa de una palabra tan sencilla, pero a la vez tan cicatrizante. Un conjunto de cuatro letras que era capaz de sanar hasta la herida más profunda, esa que lleva taladrando con dureza las paredes de la pérdida.

Mamá.

El solo hecho de escuchar a sus dos pequeños llamarla así, la hizo sentirse viva otra vez, como si toda la tristeza latente dentro de su pecho se hiciera trizas en un abrir y cerrar de ojos.

A pesar del dramatismo que envolvía toda la situación, la pelirroja sabía que las flores marchitas en su jardín querían resurgir de las cenizas, que el almacén de desgracias en su vida se estaba quedando sin espacio disponible y que era hora de volver a mirar en dirección al futuro.

Su familia estaba lejos de ser perfecta, pero otra vez podía denominarla como suya.

Disfuncional, fragmentada, rencorosa.

Suya.

- ¿Mamá? - después de pasar varios minutos protegida en el abrazo maternal, la chica aún no caía en cuenta de dónde estaba.

- Sí, mi niña - acarició el pelo de su hija con suma delicadeza y afirmó por quinta vez consecutiva que sí era ella. - Créeme, ya nada ni nadie puede hacerte daño.

- Perdón, estoy actuando como tonta, debería estar feliz y no portarme como niña chiquita a la que le tienen que repetir las cosas - dijo cabizbaja, se alejó un poco y sobó su nariz.

- Hey, no forces ni reprimas más tus sentimientos, déjalo fluir - el joven se acercó a su hermana, todavía abrumado por su más reciente impulso de querer golpear a su propio padre. - Eres una enana inmadura, pero eres más inteligente que todos nosotros juntos - la rodeó con el brazo izquierdo y la dejó reposar en su hombro.

- Tú eres un troglodita, las cosas no se arreglan así - le regaló una tierna sonrisa a modo de agradecimiento por consolarla siempre. - En realidad ambos odiamos reconocer nuestros errores, pero sabemos que en todos estos meses hemos cometido más de una equivocación.

- Mamá, ¿nos perdonas? - ambos hermanos se dirigieron hacia la ojiverde y el chico suplicó con voz trémula. - Hemos sido demasiado hirientes, te hemos dicho una sarta de groserías pero en nuestro favor solo puedo decir que creíamos defender una causa justa.

- Al fin y al cabo a ustedes les inculcaron una devoción insana por esa desconocida y era lógico que me atacaran - aseveró la pelirroja, abriendo sus brazos con cierto temor, invitándolos a que la abrazaran, algo que ellos hicieron de inmediato. - Se siente tan bien tenerlos conmigo otra vez que siento que todo mi dolor se esfumó en el momento en el que me llamaron mamá - una nueva ola de lágrimas brotó de sus ojos, a diferencia de otras veces, ahora lloraba de felicidad. - Era demasiado difícil para mí fingir que era su madrastra.

- Ves Hugito, mi inmadurez sirvió para algo. Gracias a eso nadie, nunca, pudo usurpar el lugar de nuestra madre - articuló orgullosa como si hubiera hecho alguna travesura sin recibir un castigo por ello, a la par que su padre, permaneciendo en la otra punta de la sala, la observó con extrema ternura. - Claro, excepto ella misma. Te advierto que no la pienso compartir contigo.

La pareja de esposos, inevitablemente, buscó conectarse visualmente en medio de la conversación. Hubo un imperceptible intercambio de miradas y la tan extrañada ápice de complicidad había vuelto a dar signos de vida.

Sus hijos eran los mayores cómplices de su amor.

- Tus celos son congénitos, hermana. Sino mira al padre que te cargas - se burló, pero ese comentario no le cayó muy bien a su progenitor. - Bueno, lo importante ahora es que la tenemos de vuelta, que usaremos todos nuestros encantos para que no se vaya nunca más y que creemos en ella, ¿verdad? - interrogó elevando el tono, para que a todos les quedara clara su aseveración.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora