#6. El café de tus ojos - I

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   Respirar bajo la batuta del tan aclamado "luz, cámara, accion" la hacía sentirse bien otra vez. Aunque no fuera dentro de un proyecto de la pantalla chica como tal, sino un par de simples entrevistas relacionadas con su nueva serie, le caían de maravilla después de estar mucho tiempo encerrada en casa. Para otra gente, quizás, exponerse al ojo público en un momento tan vulnerable de su vida atribuiría a estar todavía más indispuesta, pero buscar refugio en su trabajo era algo fructífero y ayudaba a sonreír.

¿Sonrisa?

Un sustantivo ligado a la única persona con la que podía reconocer que estaba rota por dentro. Con él, el hielo se derretía en una fina cascada de lágrimas, su máscara de impecable no tenía el poder de esconder su maquillaje corrido y la soledad se transformaba en compañía.

Ese hombre que con una facilidad impresionante encontraba el camino para colarse en sus pensamientos y ella no es que hiciera mucho para evitarlo.

Como si tuvieran una conexión telepática, una vibración de su teléfono la sacó de su ensimismamiento, anunciando un mensaje del moreno.

"¿Tienes abstinencia de mis terapias de risa? Porque yo si extraño dártelas" - su rostro se iluminó por una sonrisa boba al leer el contenido del mensaje y se apresuró a responder.

"¿Fecha y hora?" - tecleó.

"Mándame tu ubicación y alguien te vendrá a buscar" - releyó el texto varias veces y espontáneamente acercó el aparato móvil a su cara completamente irradiada.

Lo que no sabía es que varios focos de luz la captaban en ese preciso momento y que, horas después, ella misma sería testigo de esa felicidad que se esparciría por todas sus redes sociales, gracias a sus fans.

Llevaba minutos escribiendo y borrando, escribiendo y borrando. Por un lado, recriminaba sus propios deseos de verlo tan de prisa, por el otro le urgía escapar de su rutina  y extrañaba horrores sus pláticas diarias en las grabaciones. Había pasado como un mes desde la última vez que pasaron tiempo juntos y era como si hubiera pasado un siglo.

Poniendo todo a una balanza, decidió mandarle la ubicación del estudio.

Extrañaba a su amigo.

        
  [....]

- ¿Dónde está la persona que lo mandó a recogerme? - preguntó para desarrollar un poco la plática, muy extrañada de que la persona que iba conduciendo el auto no le había dicho ni una sola palabra desde que abordó el vehículo.

De respuesta sólo recibió un leve levantamiento de hombros y otro episodio de silencio. El tipo que vestía un traje completamente negro, una gorra que le quedaba grande y unas gafas ridículamente feas la estaba ignorando por completo y eso la fastidiaba muchísimo.

- Quién sabe qué le habrán dicho de mí, pero no tengo una enfermedad infecciosa, ni tampoco muerdo - bufó completamente harta, a lo que el chófer soltó una sonora carcajada.

Dios, esa dentadura perfecta.

- ¡Baboso! - exclamó, palmeandóle el hombro. - Me sacaste un susto, pensé que me iban a secuestrar.

- Hola preciosa - continuó riendo, con una mano pendiente del volante y con la otra quitándose su disfraz. - Precisamente eso voy a hacer, seré tu raptor por un día y luego te voy a devolver con la esperanza de que sufras el síndrome de Estocolmo - fingió una cara malévola, contagiando a la rubia con sus risas.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora