#10. Hojas de otoño

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El frío se escondía hábilmente bajo el abrigo de un viento tranquilo que soplaba a contrarreloj. Ella trataba de ocultar su dolor en las hojas de otoño, que descansaban plácidamente sobre sus zapatos color amarillo. De nueva cuenta sus lágrimas abundaban en su rostro de porcelana, pero esta vez decidió no impedir su desplazamiento y las dejó caer libremente, mientras que en el suelo se formaba un charco de agua salada.

Lloraba con ímpetu.

Con la misma fuerza que no quiso acompañarla cuando debió cerrar su corazón para siempre. Tendría que haberlo asegurado con un candado inquebrantable, uno de esos que no se romperían ni a martillazos. Uno que soportaría mareas bravas, palabras empañadas de miel y corrientes eléctricas capaces de arrasar con todo. Tendría que haber metido la llave en una caja imaginaria y tragársela, así como alguna vez tragó su propio orgullo en un intento fallido de sentir un poco de calma. Se sentía identificada con esa estación del año, donde todo era seco y húmedo a la vez, conectando así la melancolía y la introspección en un parentesco lúdico. El espectro de colores a su alrededor se hacía cada vez más pobre, mientras con cada segundo desperdiciado las ramas se bañaban de soledad agónica, revelando así el paisaje de una desnudez absurda.

Ella desnudó no solamente su cuerpo ante él, sino también todo aquello que guardó con vehemencia todas las noches que pasó en vela los últimos veinte años.

Volvió a sentir el sabor amargo de su desconfianza alterando sus papilas gustativas, repitiéndose como una canción pegajosa que simplemente no deja de martizarte hasta que una nueva no la reemplace. Otra vez era víctima de aquel hombre que se daba golpes de pecho fingiendo moralidad suprema, aunque su realidad estaba atada con los nexos oscuros de la mentira. Siempre se creía el dueño indiscutible de la verdad, esa verdad que para él era una ley, la cuál no debía ser pisada por nadie. La usaba cómo un estandarte, alzandólo en el aire, para que todos se puedan percatar del contenido inscrito en él.

Caminar por vías pecaminosas era tentador hasta para el ser humano más honesto, pero ella siempre, de una manera u otra le daba a entender que sus promesas sí eran fidedignas. A veces cansaba ser la última nota en la sinfonía y ella ya estaba harta de ser la estúpida de la historia que siempre se complace comiendo las migajas de un mundo cruel. Mientras la hoja otoñal aludía a un sonido crujiente entre sus dedos, una mano gruesa irrumpió sus pensamientos turbios.

- Hola - susurró débilmente al pisar el umbral y salir hacia la terraza del departamento, en donde ella estaba sentada en una butaca, acurrucada en bolita.

- No te bastó lo de anoche y vienes a rematarme con otros insultos, ¿verdad? - espetó con la voz quebrada, aún escondiendo su rostro entre sus rodillas.

- Marcia, yo.. - agachó la cabeza apenado y se sentó a su lado, sin saber cómo continuar.

- ¿Tú qué? - levantó la vista, evidenciando su rostro empapado de lágrimas. - Aceptas que la arpía de tu hermana organice una reunión absurda para supuestamente "celebrar" nuestra unión - hizo comillas con los dedos. - Luego, te mandan una caja de la nada y tú como buen macho herido esparces esas fotos falsas por toda la sala para que mis hijos las vean y me expones en frente de tus amigos.

- Se me cayeron por la impresión que me causó verlas, no lo hice a propósito - se excusó, dando de hombros.

- ¿Ah sí? ¿Y no se te da pensar un poquito en cómo me dolieron sus miradas acusatorias? - hipó, abrazándose a si misma. - Piensan que soy la peor mujer del planeta y todo por culpa de Lucrecia y el nido de víboras que se dicen tus amigos cuando lo único que esperan es clavarte el cuchillo por la espalda.

- Ellos no.. - trató de protestar, pero ella lo interrumpió.

- Defiéndelos, sigue, sigue que vas a llegar muy lejos - aplaudió irónicamente, viéndolo con cierta lástima. - Están cavando tu tumba y tú solito les regalas la pala para que te entierren. No quieres comprarte tu propio ataúd, ¿también? Si te es más fácil yo te lo escojo, creo que uno negro se acoplaría perfecto a tu alma que a veces dudo que la tengas - hizo una mueca y entrecerró los ojos, volviendo a apoyarse en sus rodillas.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora