#30. Secreto a voces

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Introdujo la tarjeta llave y esperó impaciente el microsegundo que tomaba el que la puerta se abra. Escuchó el tan deseado sonido, empezando a emitir en voz baja una sarta de palabras antisonantes, guiado por el nerviosismo que atacaba sus extremidades.

Parecía un puberto a punto de declarársele a una chica que lo traía en las nubes.

Caminó de puntitas el corto tramo que separaba la entrada principal, el pequeño pasillo y la puerta corrediza del suite, no sin antes verificar que nadie venía tras sus pasos. Era un tanto ridículo pensar que alguien se tomaría el atrevimiento de jugar a las espías teniéndolo a él de carnada, pero al estar durante tantos años en el centro del ojo público, cacharlo in fraganti en situaciones de este tipo sería un suicidio mediático.

Grandes riesgos acarrean grandes consecuencias.

¿Existen personas por las cuales vale la pena soportar el peso del mundo en los hombros con tal de robarles una sonrisa?

Definitivamente sí.

Ella era parte de ese reducido espectro de personas por las que era justificable hacer el ridículo.

Colocó la caja adornada de moños cursis encima de su cabeza y se ubicó en una esquina del cuarto, implorándole al cielo que le regale paciencia. Era un hombre bastante tranquilo por naturaleza, pero tratándose de la ojiverde como que todo su carácter se disolvía y él se convertía en un ser que odiaba esperar.

Si los temas del corazón fueran cosa unilateral donde él sería el único damnificado de la inundación de sentimientos que les llegaba hasta el cuello, no habría problema alguno. Pero como nada en esta vida es totalmente blanco o totalmente negro, las recompensas o los castigos se compartían en conjunto y los anhelos individuales terminaban en el fondo del vacío.

La espera, afortunadamente, no tardó mucho en concretarse y en la habitación apareció el aroma tan peculiar de la mujer que era capaz de quitarle el aliento a cualquiera. Había salido del baño envuelta en una bata solamente para buscar una cosa que había olvidado llevar consigo antes de meterse en la tina. Una caja inusual entró en su campo de visión y rápidamente decidió averiguar de qué se trataba aquello que parecía un regalo de cumpleaños adelantado.

- Hola - susurró de manera chillona, obviamente modificando su tono vocal. - Me empapelaron y me tiraron acá, ordenándome a decir que soy un regalo para la mujer más hermosa del universo - se mordió el interior de la boca para evitar reírse. - ¿Le gusta?

- Eres un tonto, casi me da algo cuando te vi saltar del interior de esa caja - le dio un leve golpe en el hombro, fingiendo molestia, pero su rostro estaba irradiando de felicidad. - Vine por mis bombas de baño y me encuentro con esta sorpresa, me quejaré en la recepción por permitir que intrusos se cuelen en mi cuarto - cruzó los brazos debajo de sus senos, ajena a que ese simple gesto provocaba que los lazos de su bata se desaten un poco.

- Deberíamos demandar el hotel por dejarte desprotegida - sus ojos empezaron a viajar del rostro de la rubia a su pronunciado escote y viceversa. - Es más, es inhumano que semejante belleza se aloje aquí y no haya un ejército de soldados armados hasta los dientes afuera para cuidarte de regalos peligrosos - bromeó, contagiándola con su risa.

- Amo tus halagos, me hacen sentir especial - plasmó una sonrisa tierna, dejó un sonoro beso sobre su mejilla derecha y se retiró al baño, donde se quitó la bata y siguió con lo que estaba haciendo antes de que el actor llegara.

- ¿A dónde vas? - se quedó un poco estupefacto ante las acciones de la mujer y dudó entre si seguirla o no.

- Mis momentos de relajación en la tina son sagrados, así que ni se te ocurra interrumpirme otra vez - gritó desde la otra punta de la suite, pero él la escuchó perfectamente porque la puerta quedó semi abierta. - Ven, no muerdo.

Colección de historias: La MadrastraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora