sometimes u gotta close the door to open a window

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Los domingos son el día perfecto para que los cotidianamente alterados neoyorquinos puedan desacelerar y respirar profundamente

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Los domingos son el día perfecto para que los cotidianamente alterados neoyorquinos puedan desacelerar y respirar profundamente. Amanecer con el sol y desayunar en cama leyendo el periódico de la mañana, analizar el mercado y por supuesto sus inverciones mientras de fondo se escucha algún programa olvidado de la tv por cable. Vaya día de en sueño, claro que no todos corren con la misma suerte.

Manhattan es un mundo aparte, y por ende se rige por otras reglas. En los domingos los desayunos se convierten en almuerzos y las horas de descanso se invierten en un museo poblado de toda la gente importante de la isla.  Si tienes suerte te librarás de la obligación de saludar a cada uno fingiendo que conoces sus nombres y no sus escándalos para antes del atardecer, claro, a menos que tus queridos padres deseen que se estreche aún más el lazo entre tu pequeño e inexperto apellido con la alta sociedad. Parece que ese es el caso de M, nuestra Reina de Corazones vistiendo un elegante vestido crema de Dior totalmente diferente al escotado vestido de la noche anterior. Casi ni se nota el sueño en su cara, pobrecita M, parece que su madre quiere alejarla de las fiestas e incertarla de una vez por todas en el mundo real.

La subasta por los niños menos afortunados de Kenia era la escusa perfecta para insertarse en la alta sociedad, o al menos eso pensó su madre cuando recibió el llamado de Dios esa mañana y con Dios me refiero a la sociedad de señoras elitistas de la quinta avenida. Un grupo de mujeres de entre 30 a 60 años cuya única tarea era ser esposas y madres de las personas más influyentes de la isla, donar generosas porciones de dinero a causas benéficas para limpiar las indiscreciones de sus apellidos y por último merendar macarrons y té con una pizca de veneno cada lunes por la tarde mientras vestían trajes de Chanel de los años 90. Ciertamente una vida lujosa y muy común en la socioelite de cualquier parte del mundo, claro que Georgina Brown no era miembro oficial del club de madres adineradas pues le parecía un tanto antiguo y poco práctico para su vida, ella era jefa de su propia empresa y no tenía tanto tiempo para desperdiciar desprestigiando a las demás mujeres de la zona, además por más de que ahora era sin lugar a dudas una dama admirable sabía que tenía ciertos escándalos ocultos bajo la alfombra que ningúna de esas mujeres serían capaces de dejar pasar, como su silencioso divorcio a medias con Elton Brown de quién continúa luciendo apellido y por su puesto la casi impresentable vida social de la menor de sus hijas. Millie podía ser de lo más educada y con excelentes calificaciones pero eso no sumaba si sus excesos aparecían en las portadas de las revistas de chismento cada que vez que llegaba la luna en los fines de semana. Por lo que cuando Annie Whintor, esposa de un importante político de Washington dc, le mencionó sobre la subasta de arte con fines benéficos se apresuró por despertar a su pequeña y obligarla a lucir lo más angelical posible. Era primordial limpiar su reputación antes de que finalice la secundaria y deje de ser una niña con potencial pero un tanto desprolija a convertirse en un adulto con problemas de vicios y escasa vida privada.

— Oh, cariño, allí esta Cordelia ¿por que no vas a saludarla? Solían ser buenas amigas cuando eran pequeñas. —comenta su madre señalando discretamente con sus avellana ojos a la muchachita de cabello chocolate y tez blanca adornada con unos cuantos lunares en su rostro, parecía agusto con el ambiente a su alrededor y en su mano descansaba un vaso de agua. Una vez que notan este hecho la mujer adulta decide que era mejor alejarla a su hija de la copa de champagne.— Escuche que aspira a Harvard o a Yale.

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