28| Arrepentimiento

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Siempre había sido un maldito egoísta pero, ¿está bien que quiera serlo hoy por mí más que por otros?

Sabía que la fusión era algo que había deseado desde hace mucho porque el que Gabriel o mi madre se hagan cargo del legado de mi padre era algo que no me podía permitir, sin embargo en el fondo sabía que también lo hacía sólo por la aprobación de mi madre.

Siempre quise que me viera como alguien importante en su vida. Siempre quise ser el centro de su atención y, aunque suene ridículo, incluso sabiendo que me usaba para su propio beneficio seguía intentándolo. Seguía trabajando con ella para lograr lo que, según yo, ambos ambicionábamos porque si esa era la única forma de estar unidos lo aceptaba.

—¿Félix?— La suave voz de Lila me sacó de mi trance. La vi frente a mi con un hermoso vestido blanco decorando su cuerpo y no hubo ni una parte de mí que no deseara que fuera otra persona. —Debes responder.

Miré al frente y el ministro que oficiaba la ceremonia carraspeó antes de volver a repetir su discurso.

—Félix Graham de Vanily, ¿aceptas a esta mujer a tu lado para ser tu esposa; prometes cuidarla y amarla el resto de tu vida hasta que la muerte los separe?

Volví mi mirada a Lila y en lo hermosa que era pero no era ella. No eran los ojos azules que me mostraron amor y preocupación. No eran los ojos que quería ver el resto de mi vida, y me di cuenta que eso era amor. Quizás nunca lo había sentido hasta que Marinette llegó a mí, y me asustó tanto que cometí muchas estupideces pero ya no.

—Yo...— Mi corazón latió de manera violenta en mi pecho al ver todos los ojos fijos en nosotros. Me provocó tristeza hacerle esto a Lila pero ya no estaba dispuesto a seguir viviendo una vida de mentira. —perdón—susurré lo suficientemente fuerte cómo para que ella oyera y salí corriendo del altar.

Oí el murmullo de las personas y el llamado de Lila a mis espaldas antes de salir de la catedral. Afuera se había desatado una tormenta y agradecí que eso haya despejado la puerta de los reporteros para mi huida.

Corrí y dejé que las gotas de lluvia me mojaran; quise tomar un taxi unas cuadras más allá pero me di cuenta que no tenía mi billetera entonces continué corriendo. Mi corazón se escuchaba en mis oídos y mis piernas se movían por cuenta propia. Necesitaba llegar a Marinette lo antes posible y sólo continue corriendo hasta dar con su edificio.

El frío calaba hasta lo más profundo de mis huesos y mi respiración estaba tan agitada que creí que me desmayaría en ese lugar pero la emoción de verla después de tantos días me hizo continuar. No pensaba en nada más que en verla y arreglar todos los desastres que había causado.

El ascensor me dejó en su piso y con determinación caminé hasta su puerta; toqué sin dudar.

Después de unos segundos que parecieron eternos, Marinette abrió la puerta y me dejó ver sus precios ojos que, en un segundo me causaron tristeza y culpa.

—Marinette—musité.

—No— dijo tajante. Hizo el intento de cerrar la puerta pero la detuve.

Estaba molesta y la entendía perfectamente pero ya estaba aquí. Había dejado todo atrás por nosotros al fin.

—Por favor, escúchame.

—¿Escuchar qué?— Me miró con seriedad y enojo. Sus ojos estaban rojos cómo si hubiera estado llorando y ella parecía empapada también, como si hubiera estado bajo la lluvia. —¿No se supone que deberías estar casándote?

𝚁 𝚄 𝙼 𝙾 𝚁 𝚂 | Felinette AuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora