Cuatro Diarios Viejos

310 42 1
                                    

Silvia abrió la pesada puerta e ingresó a la habitación.

—Está es la alcoba de ama Bellatrix—contó, acercándose a las ventanas para abrir las gruesas cortinas dobles.

Hermione se detuvo en el centro y observó lo gigantesca que era.

Una estufa; una hermosa alfombra que hacía juego con las cortinas y cobertor de color gris oscuro. También había podido contar tres cómodas labradas en madera oscura; un escritorio en la esquina opuesta a la entrada y repleto de papeles. Y por supuesto, la cama frente a ella.

La habitación era hermosa.

Se veía a simple vista que todo estaba extremadamente limpio y oreado.

—Jamás toques nada—advirtió—. Las habitaciones las aseo yo, por lo tanto, saben exactamente cómo y dónde dejo cada detalle. Si tocas algo lo descubrirán de inmediato.

Hermione, guardo silencio. No era estúpida. Ni de broma iba a tocar algo.

—Deberás aguardar aquí—señaló.

Hermione no se sorprendió en lo más mínimo.

El lugar señalado por Silvia se reducía a cuatro hojas de diario extendidas y a un costado de la cama.

—¿De pie?—preguntó, acercándose a su lugar.

—Por el momento demorará en subir a la habitación, puedes sentarte si quieres—dijo, juntando unas prendas del canasto en la entrada del baño—. Eso sí, cuando la escuches llegar arrodíllate—aconsejó.

Hermione, asintió.

Bellatrix se tambaleó un poco. Se sostuvo de la pared un momento y carcajeó. El licor que habían tomado en la cena se le había subido a la cabeza más rápido de lo que había pensado.

El pasillo estaba iluminado a penas con unas antorchas encantadas.

La velada con Cissy se había extendido.

¿Qué hora sería? Suponía que más de las dos de la madrugada, seguro.

Apoyó su mano en el picaporte de su alcoba y aspiró profundo.

Una pequeña veladora tintineaba, iluminando la mayor parte de la habitación.

La asquerosa se durmió, pensó acercándose muy lentamente.

Casi se había olvidado de le había ordenado a su esclava que la trajera allí.

Parece un esqueleto, razonó frunciendo la nariz sin despegarle los ojos de encima. Se le hacía asquerosamente repulsivo tocarla en ese estado de desnutrición, pero no permitiría que el asco la dominara. A ella no la dominaba nada en este mundo, excepto su Lord. Lo soportaría sólo por la recompensa de ocasionarle dolor.

Desde su niñez, provocar en otros sus más retorcidos y oscuros pensamientos, siempre había sido un dulce imposible dejar de saborear.

Ahora que la observaba con detenimiento, arrollada tratando de protegerse del frío, se dio cuenta que su diversión no duraría mucho tiempo. Le pareció que al primer Crucio colapsaría y moriría antes de poder disfrutarlo siquiera.

Es una pena, se dijo ladeando la cabeza, los juguetes nunca me duraron demasiado tiempo, reconoció en silencio.

—¡DE RODILLAS!—exigió Bellatrix, acercándose en dos largas zancadas, y enterrando la punta de su bota en el estomago de Hermione.

Hermione se retorció confundida y exaltada. Se había dormido. Las lágrimas brotaron de sus ojos por el dolor que le causo el puntapié en las costillas, pero se mordió la lengua para no gritar. Inclinó su cabeza hasta casi tocar el piso, y de rodillas aguardó, jadeando.

Esclava Corazón en cautiverio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora