Llegare a Ti

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Uno, dos, tres pasos. La oscuridad no era del todo asfixiante. A pesar de la espesura de los arboles, la luna hacía que su desdicha fuera más llevadera. El conocido sendero se iluminaba lo suficiente como para no tropezar con sus propios pies o con alguna rama caída. Era un alivio.

Solo el crujido de las hojas secas, aplastadas por sus propios zapatos. Solo el arrullo de la brisa nocturna, colándose hasta llegar a su rostro. Estaba sola, y completamente vacía.

Giró su vista, deteniéndose solo para cerciorarse. Allí estaba la cabaña de madera añejada, y a su costado el precioso y extenso lago. El agua inmóvil parecía plata líquida. Había extrañado ese sitio. Y reconoció que se hubiera sentido extasiada si las circunstancias no fueran una completa desgracia.

He vuelto, suspiró tristemente. Un traslado limpio y sin problemas, atravesando las barreras como le había dicho Rina que sucedería si regresaba.

El ambiente estaba helado y húmedo.

¿Cuánto faltará para que amanezca?, se preguntó Hermione, fijándose en el despejado cielo nocturno. No mucho, supuso, subiendo los tres chirriantes escalones de madera.

La cabaña estaba igual a como la habían dejado. El olor, los escasos utensilios descansando en el mismo sitio. Las últimas vendas sin usar que había conseguido para su ama... Nadie había entrado en su ausencia. El lugar parecía congelado en el tiempo. Inamovible, como esperando su regreso.

Cerró la puerta tras ella. Se quitó el bolso del hombro, dejándolo en el suelo y caminando hacia la tosca cama tendida, se sentó permitiendo que el abrumador sentimiento de abandono se adentrara hasta lo más profundo.

¿Y ahora qué haré?, se cuestionó en la oscuridad de aquella sala.

Gracias a la varita que ahora portaba había sido capaz de llegar hasta ahí. En definitiva, no tenía a otro sitio al cual ir. Era su primera y única opción. Ese lugar en el medio de la nada se había convertido en su ruta de escape.

Frunciendo el ceño, con la vista fija, apretó sus puños hasta sentirlos entumecidos. Estaba convencida de que su ama lo sabía, y por eso se la había proporcionado, dándole la oportunidad de volver como una mujer libre. Pero...¿por qué?

Bellatrix..., murmuró ahogada y con el corazón estrujado. Demasiado tiempo en cautiverio, perteneciéndole y siendo sujeta a sus demandas. Ya no recordaba cómo era ser dueña de sí misma e independiente. La necesidad en su pecho se extendía con cada bocanada de aire. La necesitaba, quería estar a su lado. A pesar de que se tratara de su cruel captora, su demente y atemorizante señora...La amaba con el alma...esa era la única verdad. Su lugar era junto a esa mujer que jamás imaginó pertenecer, no ahí, en esa cabaña en completa soledad.

Se masajeó las sienes tratando de reorganizar sus ideas. Era frustrante. Le había arrancado sus recuerdos, pero no su instinto y sentimientos. Esos seguían intactos, gritándole enloquecidos que debía actuar para reunirse nuevamente. Pero, ¿qué podía hacer? Bellatrix la había dejado marchar. ¿Qué había ocurrido para que tomara semejante decisión? No lo entendía. No podía ni imaginárselo siquiera.

¡Maldición!, maldijo, furiosa. Ese no era su sitio, por lo menos no sin ella.

Sacó del bolsillo de su pantalón la carta perfectamente doblada y con lentitud pasó la yema de los dedos por la estilizada caligrafía. Cerró los ojos un momento. Era completamente inútil llorar y dejarse arrastrar por la angustia, pero se le hizo imposible no derramar unas cuantas lágrimas caprichosas. Su cuerpo se sentía derrotado y perdido.

Rompiendo el silencio que la rodeaba, suspiró sonoramente, limpiándose las mejillas con decisión. Debía ser fuerte. Obtendría las respuestas. Y cuando las hallara, podría visualizar el camino que la conduciría nuevamente hacia ella. Encontraría la solución.

Esclava Corazón en cautiverio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora