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Rodrigo


El horizonte de Boston está a la vista desde mi ventana del autobús antes de que esté listo.

Faltan tan sólo noventa minutos de la misa de Norte a TD Garden. The Frozen Four siempre se juega en una pista neutral, pero si alguien tiene una ventaja local en el hielo de este año, ese soy yo. Soy de Boston, así que jugar en la arena de los Bruins es mi fantasía de la infancia en la vida.

Al parecer mi extraña fantasía es la de mi padre, también. No sólo es que llamó para invitar a todos sus colegas idiotas a mi juego, sino que puede verse como un héroe barato. Sólo tiene una limusina, no un vuelo privado.

-¿Sabes lo que más me gusta de este plan? -pregunta Germán desde el asiento a mi lado mientras mira el itinerario con el que nuestro director de equipo se desmayó.

-¿Qué este evento es como la sede mundial del conejito?

Él resopla.

-Bien, seguro. Pero sólo iba a decir que nos estarán poniendo en un buen hotel, no en uno de paso en la interestatal.

-Cierto. -Aunque el hotel, lo que sea, no será tan grande como la mansión Beacon Hill de mi familia a unas pocas millas de distancia. Nunca diría eso, sin embargo. No soy un snob, porque sé que la opulencia no acaba con la ignorancia y la infelicidad. Sólo hay que preguntarle a mi familia.

Pasamos la siguiente media hora gruñendo en el tráfico, porque así es como es, en Boston. Así que son casi las cinco para el momento en que finalmente estamos bajando del autobús.

-¡El equipo se queda! -grita nuestro dirigente de estudiantes-. ¡Tomen sólo su equipaje!

-¿No tenemos que arrastrar a nuestro equipo? -gruñe Germán-. Cariño, ya llegué.

Tienes que acostumbrarte a este trato, Rodrigo. -Me codea-. El próximo año en Toronto es probable que tengas un asistente personal para llevar tu palo alrededor por ti.

Se siente supersticioso hablando de mi contrato con la NHL (Siglas en inglés para la Liga Nacional de Hockey.) antes del Frozen Four.

Así que puedo cambiar el tema.

-Eso es impresionante, amigo. Me encanta cuando otro chico tiene mi palo.

-Conseguí eso para ti, ¿no? -pregunta mientras tomamos nuestras bolsas de deporte de la acera donde el conductor con la cara roja las arrojó.

-Seguro lo hizo. -Dejé a Germán entrar en la puerta giratoria primero para poder tomar la puerta por el asa y atraparla dentro.

Atascado ahora, Germán se retuerce alrededor para levantarme el dedo. Cuando no lo suelto, se aleja y llega a la hebilla de su cinturón, tratando de asustarme y al resto de Boston que pasa a estar caminando por el hotel en un ventoso viernes de Abril.

Dejo la puerta y le doy un empujón, pegándole en el trasero que aún no está descubierto.

Ah, los jugadores de hockey. Realmente no nos pueden llevar a ninguna parte.

Entonces estamos en el brillante vestíbulo.

-¿Cómo se ve el bar? -pregunto.

-Abierto -contesta Germán-. Eso es realmente todo lo que importa.

-Cierto.

Encontramos un lugar fuera del camino para quedarnos parados mientras esperamos que el director del equipo resuelva lo de las habitaciones. Pero pasará un tiempo. El vestíbulo está ocupado y más que ocupado. Nuestro extremo de la habitación tiene un esquema de color claramente verde y blanco, con nuestras enormes chaquetas del Nothern en todas partes.

him; rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora