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Iván

El campamento casi ha acabado. En serio, estas últimas cinco semanas han pasado volando. Y ahora solo queda una semana y no puedo hacerme a la idea. Supongo que el tiempo vuela cuando estás jugando hockey cada día y echando un polvo cada noche.

A medida que el entrenamiento de la tarde termina, los chicos están de muy buen humor. Corrijo, los jugadores ofensivos están de muy buen humor. Mis porteros, por otra parte, están muy gruñones. Era un juego de alta puntuación para ambas partes, y no había nada que parase los progresos de Rodrigo hoy.

La ausencia de Quackity definitivamente se nota. De verdad tenía talento. Tiene, me corrijo, porque no es como si estuviera muerto. Su padre homofóbico decidió quitar a su hijo en uno de los centros de capacitación más prestigioso de todo el país era un buen movimiento. Ya sabes, porque la Elite se arrastra con los pervertidos. Idiota. 

Patino hacia la red, donde mi portero de quince años se detiene, ceñudo mientras se quita el casco.

—Fui una mierda hoy —me informa Will.

—Tuviste un mal día —le digo con una sonrisa—. Pero no fuiste una mierda. Paraste más de los que dejaste entrar.

—Dejé entrar siete.

—Pasa, chico. Lo hiciste todo bien. —No estoy mintiendo, Will prestaba atención a cada consejo que le di hoy. Solo pasó que los consejos de Rodrigo a sus delanteros fueron mejores.

Hago sonar mi silbato para hacerle señas al otro portero, quien se ve igualmente abatido mientras patina hacia nosotros.

—Jugué como...

—Déjame adivinar, ¿una mierda? —Corto, sonriéndole a Tommy—. Sí, Will y yo acabamos de pasar por eso. Pero ustedes jugaron duro hoy, y jugaste bien. No quiero que vuelvan a las habitaciones y estén de mal humor toda la noche. ¿Bien?

—Bien —dicen al unísono, pero no suena muy convincente.

Suspiro.

—Míralo de esta manera. Will, dejaste pasar siete de... —Llamo a George y patina hacia nosotros—. ¿Cuántos tiros hicieron los chicos de Rodrigo?

—Treinta y cinco —dice de vuelta sin parar.

—Siete de treinta y cinco —le digo a Will. Hago unas mates rápidas—. Ese es el veinte por ciento. Y Tommy, ocho te pasaron, pero paraste tantos como Will. No es una estadística horrible. —Me río—. El entrenador Carrera y yo solíamos retarnos el uno al otro a penaltis todo el tiempo cuando entrenábamos aquí. Había días en los que me dispararía cinco y cada uno marcaría.

Los oídos de Rodrigo deben estar pitando, porque de repente aparece detrás de mí.

—¿Está todo bien aquí?

—Síp. Estaba diciéndoles a los chicos como solías patearme el culo en los penaltis.

Cuando sus cejas se disparan, me doy cuenta de que está pensando en la última vez que nos enfrentamos. Increíble. Ahora también estoy pensando en eso, y espero que los chicos no vean el sonrojo en mis mejillas.

—Sí, Iván no soportaba una contra mí —dice Rodrigo, recuperándose rápidamente—. En realidad en ambos lados de la portería. No importaba si estaba con el stick o si tenía el equipo de portero, él perdía cada vez.

Entrecierro mis ojos.

—Mierd...eh, tonterías. ¿Estás olvidando quién ganó la última vez?

Tengo que darle crédito a Rodrigo, ni siquiera parpadea esta vez, incluso cuando ambos sabemos cómo acabó el último penalti.

him; rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora