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Iván

Antes no estaba exagerando. Soy adicto a Rodrigo Carrera. Y ahora mismo, necesito desesperadamente un arreglo. Hace un par de semanas, follar con un hombre me hubiese asustado. Ahora es increíblemente obvio que todo sobre este chico me enciende... su voz ronca, su poderoso cuerpo, los tatuajes sobre su piel dorada. Mi boca está sobre la suya en un latido. Mi lengua en su garganta mientras me pongo a horcajadas sobre sus muslos musculados.

Suspira contra mis labios.

—Estás muy cachondo.

Lo estoy completamente. Me empujo contra la parte baja de su cuerpo, acariciando con las palmas su ancho pecho. La pregunta ya no es de si quiero tontear con este hombre.

La pregunta es cómo voy si quiera a renunciar a esto. Aunque alejo ese pensamiento, porque estoy a punto de arder.

Pero puede que haya sido muy precipitado con mi elección del sitio para follar, porque el asiento delantero es demasiado pequeño para acoger a dos jugadores de hockey demasiado salidos. Ya me están empezando a doler las piernas y cuando me muevo para intentar ponerme más cómodo, toco el claxon con la espalda y una ráfaga de sonido golpea el aire.

Rodrigo deja salir una risa. Luego se ríe más fuerte cuando hago otro intento de recolocarme.

—¿Asiento trasero? —dice ahogadamente.

Una idea mucho mejor. Salta primero, golpeándome en el rostro con las nalgas mientras se arrastra a la parte de atrás. Aterrizo sobre él con un golpe seco y ahora no paramos de reírnos. Ahí atrás es igual de apretado. No podemos ponernos de lado, así que estoy sobre él y cuando me inclino para besarlo, golpeo con la frente la manilla de la puerta.

Y cuando me agarro la cabeza por la sorpresa me las arreglo para darle un codazo en el ojo.

—¡Joder! —grita Rodrigo—. ¿Estás tratando de matarme, Iván?

—No, pero...

—¡Aborta! —sugiere entre risas.

Que le den a eso. Todo este deslizarse y maniobrar ha hecho que frote mi dolorida polla contra todo su cuerpo. Si no consigo correrme pronto, voy a volverme loco.

—Lo tenemos —le aseguro. Luego me siento y golpeo la cabeza contra el techo del auto.

—Ajá —comenta solemne—. Eso parece.

—A los jugadores de hockey les gusta duro —argumento, estirándome hacia el asiento delantero por el pantalón corto de Rodrigo. En el bolsillo trasero encuentro su cartera. Un segundo después le paso el condón y le ordeno—: póntelo.

—Sí, entrenador. —Aún parece como si estuviese tratando de no reírse, pero ahora sus ojos grises están brillando con lujuria. Mirándonos a los ojos, se baja el calzoncillo.

Me bajo el calzoncillo mientras se cubre a sí mismo, luego me inclino y lo tomo en mi boca. El sabor medicinal del látex me llena la boca, pero lo ignoro. Esta es la primera vez que el lubricante no entra en la ecuación, así que quiero asegurarme de que el condón está agradable y húmedo antes de que me atreva a montar su polla.

Dios, y eso es algo que nunca me había imaginado que haría. Montar la polla de otro hombre.

—Cariño. —Su voz es suave y ronca—. Me está encantando esto, pero no tienes que hacerlo. Pásame la billetera.

Me dejo caer sobre el asiento delantero una vez más y se la paso. Saca otro paquete y lo abre. Este está lleno de lubricante. Un segundo después, una deliciosa mano resbaladiza sube hasta mi agujero, lo acaricia y hace que me estremezca.

him; rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora