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Rodrigo

Nuestro horario de entrenadores nos levantó otra vez a la mañana siguiente, y llego al hielo preparado para darles un gran entrenamiento a estos niños. Tuve un inicio duro la semana pasada, dejando que su impulsividad e inutilidad para seguir mis instrucciones me afectara, pero estoy determinado a tomar nota de Iván y ejercer un poco de paciencia.

No me entiendas mal, sé ser paciente, cuando estoy jugando. ¿Pero mirar a otros tipos jugar? ¿Viendo los errores que están cometiendo y verlos cometerlos otra vez en lugar de corregirlos basándose en mi consejo? Es una locura.

Aunque hoy los chicos estás escuchándome mejor. Estoy practicando algunas jugadas de pases básicas con mis delanteros, cambiando las trayectorias cada poco tiempo para que obtengan la sensación del estilo y técnica de sus compañeros de equipo. Para la mayoría está yendo bien, pero un niño, Karl, acapara el disco sin importar en qué trayectoria esté jugando.

Me trago mi silbido, tentado a arrancarme el pelo de raíz. Karl simplemente ha ignorado mis instrucciones otra vez, lanzándole un débil tiro de muñeca a Quackity en vez de dar un pase atrás a Nick, como se suponía que debía hacer.

Lo llamé y patinó hacia mí sonrojado y hosco.

Desde la esquina del ojo, veo a Iván observándonos con atención, como si estuviese valorando mi capacidad como entrenador. Pol también está mirando, desde el banco, y estoy contento de que por fin ha dejado de fruncirme el ceño. Anoche Buhajeruk y yo habíamos aparecido demasiado tarde al comedor para ver la actuación en directo, pero afortunadamente, George lo grabó con su iPhone. Y créeme, nunca voy a olvidar la visión de Pol y sus cuatro entrenadores moviéndose de un lado a otro y cantando la interpretación más desafinada de Oops, I did it again.

No creo que Pol tampoco la olvide. O deje de odiarme por elegir la apuesta de ese partido de fútbol.

Centrándome en Karl, cruzo los brazos sobre mi sudadera de Northern Mass y pregunto:

—¿Qué tipo que ejercicios estamos practicando?

—¿Uh...?

—Pases —aclaro.

Asiente.

—Cierto.

—Lo que significa que necesitas pasar el disco, niño.

—Pero en la última práctica nos diste todo un discurso sobre no vacilar. Nos dijiste que si teníamos un tiro, fuésemos por ello. —Inclina la barbilla defensivamente—. Tenía un tiro.

Finjo un jadeo.

—Espera, ¿el disco pasó a Quackity? Debí perderme ese gol.

Ahora su expresión es avergonzada.

—Bueno, no, fallé, pero...

—Pero querías marcar gol. Lo entiendo. —Le ofrezco una sonrisa amable—. Mira, estoy contigo, niño. No hay mejor sensación en el mundo que ver iluminarse el marcador.

Pero permíteme preguntarte algo, ¿cuántos delanteros hay normalmente en el hielo?

—Tres...

—Tres —confirmo—. No estás jugando solo ahí. Tienes tus compañeros de equipo contigo y no están ahí para patinar y verse hermosos.

Sonríe.

—Nick tenía un tiro. Si se la hubieses pasado, hubiese metido ese bebé justo dentro, por la esquina superior izquierda. Y tú habrías obtenido la asistencia. En cambio, no tienes nada.

Karl asiente despacio, y una ráfaga de orgullo me atraviesa. Santo Dios, estoy llegando hasta él. Puedo verle absorber las palabras, mis palabras. Y, de repente, entiendo por qué Buhajeruk trabaja tan duro en esto de entrenar. Es... valioso.

him; rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora