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Junio

Ivan

—¿Hola, Buhajeruk?

—¿Sí?

Pol, el director del campamento, ha llegado a la caja de penalti para hablar conmigo.

No alejo mi mirada del juego en el que soy entrenador, pero él no piensa que soy grosero.

—Conseguiste un compañero de cuarto —dice.

—¿En serio? —Eso es una buena noticia, porque cada verano Pol se pelea por los entrenadores. Y este año no es diferente. Chicos como yo se mantienen graduándose y avanzando. Él quiere los mejores entrenadores para su campamento, pero lo mejores tipos están en alta demanda.

Este año yo soy uno esos. Justo por lo que estaré en Detroit para el campamento de entrenamiento seis semanas a partir de ahora, lo cual quiere decir que Pol tendrá que encontrar alguien para cubrirme cuando me vaya. Lo miro una fracción de seguro antes de mirar de vuelta al juego de los chicos en proceso.

Él está examinándome, y no sé por qué.

—Se agradable con él, ¿de acuerdo?

Me toma un momento responder, porque no me gusta la dirección que el juego está tomando. El temperamento está a punto de explotar. Puedo sentir la tensión subiendo.

—¿Cuándo no soy agradable? —pregunto, distraído.

Una mano firme aterriza en mi hombro.

—Eres el mejor que hay, chico. Aunque el portero está a punto de perder su mierda.

—Puedo ver eso.

Es como ver un accidente. Sé qué va a ocurrir, pero las fuerzas ya están en marcha y no puedo detenerlas.

Mi mejor portero, Alexis Quackity, ya ha detenido veinte tiros en este juego. Con rápidos reflejos y un gran y ágil cuerpo, Alexis tiene todas las características físicas que un portero requiere.

También tiene, desafortunadamente, un temperamento rápido como un relámpago. Y el talentoso delantero canadiense francés del otro equipo ha estado tocándolo como a un violín todo el día. Burlándose y fastidiándolo en cada empuje ofensivo.

Veo la jugada que el canadiense está a punto de hacer. Él pasa a su compañero en la línea azul luego toma el disco de nuevo al otro lado del hombre logrando colgarlo en la esquina. Finge ir a la izquierda, luego a la derecha... y envía un platillo volando pasando a mi hombre Alexis. Es una jugada hermosa, hasta que el chico canadiense rocía al portero con virutas de hielo y lo llama "un estúpido".

Como si fuera un boomerang, Alexis lanza su bastón con fuerza suficiente para romperlo como un fosforo contra las tablas. Cae sobre el hielo, astillado.

Revísalo, por favor. Soplo el silbato.

—Ese es el juego, estamos fuera de tiempo.

—¿Por qué? —protestó el delantero agresor—.

—Interroga a tu entrenador ofensivo —digo, despidiéndolo con un gesto de la mano.

Entonces patino hacia Alexis, quien está de pie jadeando en la red, lanza su casco lejos para revelar su sudada cabeza. Él tiene sólo dieciséis años y los aparenta. Mientras los otros chicos de su edad están pateando de vuelta bajo el sol o jugando videojuegos, él está pasando sus horas batallando en la pista hoy.

Yo había sido ese chico, también. Era una buena vida y no la cambiaría por nada, pero ayuda recordar que estos son todavía niños. Así que no inicio con: "Hey, imbécil, acabas de tirar a la basura un bastón de cien dólares".

him; rodrivanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora