2

3.2K 392 26
                                    

      DongYul sonrió con una gran satisfacción, se levantó de la silla y rodeó el escritorio para llegar al rubio que se encontraba parado con el ceño fruncido.

—Oh, Park, ¡muy sabia decisión! —posicionó sus manos sobre sus hombros— Sabía que mi mejor empleado me escucharía.

—Claro que si, señor. —sonrió falsamente.

    Si bien Jimin había mostrado un interés en los temas relacionados a la mafia anteriormente, esto era diferente. Cuando lo hizo en su momento no contaba con un historial de dolor, noches recorriendo la ciudad gritando el nombre de su compañero buscando que lo escuchara y vuelva, y días preguntando a los ciudadanos en las calles si habían visto al hombre de la foto que sostenía entre sus manos.
  En el pasado solo tenía una gran curiosidad y la fantasía de ser conocido como el detective que había resuelto uno de los casos más complejos del país, pero esta vez su intención es otra: hacer justicia por alguien que ya no tiene voz y que esos rufianes tengan su merecido por todas las acciones que han llevado al cabo.

Luego de una charla con su jefe para que este le dé las indicaciones de qué debía hacer, Park volvió a su oficina.

Llegó el medio día y todo el tiempo había sido desperdiciado en puro paleo para que el caso en el que estaba trabajando anteriormente sea derivado a otro de los trabajadores de su área para así dedicarse completamente a su nuevo objetivo.
  En dicho horario a los empleados les corresponde una hora de receso opcional en la que pueden salir a comer algo o simplemente despejarse si están demasiado cansados; Normalmente este era el momento donde el rubio conducía hasta su departamento y preparaba algo de comer antes de la una de la tarde, o en todo caso si estaba demasiado cansado buscaba algún restaurante que le gustara y esperaba ser atendido. Esta vez hizo algo distinto y se quedó en la oficina. No había llamado la atención de nadie, pues no era la primera vez que se salteaba una comida por estar demasiado metido en alguna problemática laboral.
   Su secretaria pasó a chequear que todo estuviera bien y se ofreció a traerle algo de comer y beber cuando ella tomara su descanso para almorzar. Él acepto y agradeció la atención de la chica.

—¿Señor Park? —Momo abrió la puerta sin tocar, pero utilizando un tono interrogante como si estuviera pidiendo permiso.

  Jimin le dió una mirada fugaz e hizo un gesto con la mano dándole a entender que podía entrar.
La pelinegro pasó con una bolsa de plástico en su mano izquierda y cerró la puerta detrás de ella observando el gran desorden en la mesa. Había papeles, fotos y marcadores desparramados, algunos hasta sin tapa. La chica buscaba con la mirada alguna esquina descubierta para apoyar la bolsa pero no tuvo éxito. Miró a Jimin en busca de ayuda pero este estaba muy concentrado cortando un trozo de papel con unas tijeras y ni siquiera lo notó. Finalmente giró hacia uno de los lados y vió una silla de cuero negro con ruedas contra la pared, que era exactamente igual a la que su jefe utilizaba. La arrastró para acercarla a la mesa con la idea de dejar la bolsa en el asiento y así no tocar ninguno de los papeles sobre la mesa.

  Cuando Jimin escuchó el sonido de las ruedas de la silla se giró inmediatamente, horrorizado.

—¡Detente, detente! —mostró las palmas de sus manos ordenándole que pare con una leve molestia.

   Momo se detuvo en seco y levantó la mirada sin comprender que había hecho para que Park la mirara con el ceño fruncido.

—Oh, lo siento —se disculpó la menor—, no quería molestarlo.

—Solo... —suspiró calmándose— No toques esa silla, ¿si?

   El rubio volvió a moverla contra la pared y pasó su mano por el asiento intentando limpiarla. Momo frunció levemente el ceño intentando comprender por qué ahora su superior observaba la silla de cuero negro con detenimiento buscando algún daño en el material.

El beso de la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora