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Habían pasado tres días de lo sucedido con Obsesión e incluso si todo fue planeado por el matrimonio Jimin jamás pudo entender lo ocurrido. Sin embargo tenía en claro que no se metería con él, eso ni soñarlo. Es decir, ya estaba jugándose la vida infiltrándose entre mafiosos, ¿por qué sería tan estupido de seguirle el juego?
Jamás iría tras uno de ellos.

      La mañana había sido agotadora para Park, quien otra vez había sido envido a limpiar.
En toda su estadía en la casa de los Cosa Nostra sólo tuvo el trabajo de limpiar el suelo, barrer, trapear o cualquier tarea doméstica que, imaginando las cifras del dinero que Odio ganaba, estaba seguro que podían destinar unas milésimas a algún empleado doméstico. Aún más considerando la calidad de su ropa o el tamaño de su casa. Por favor, Park estaba seguro de que era millorario en cierto punto, aunque probablemente la razón por la que no contrataba a nadie era para no tener a extraños merodeando por su casa mientras trabajaba. Al fin de cuentas, eran asesinos y manipuladores que movían grandes cifras de dinero.

   Ahora se encontraba en su cuarto acostado boca abajo en la cama que jamás había le parecido tan cómoda. Como si tuviera almohadas de algodón similares a una nube que lo llamaban a dormir.
  El rubio se levantó de un salto y se sentó en la cama al escuchar el cerrojo de la puerta, sabiendo que eran los hombres de negro a punto de entrar.

—¿Y bien? —le preguntó uno de ellos.

  Él sabía a lo que se refería puesto que había pasado por eso repetidas veces durante su tiempo. El hombre quería el plato sucio.
  Jimin le extendió el plato y los cubiertos de plástico que acababa de usar minutos antes para almorzar. Llevaba tres días almorzando y cenando ese insípido arroz blanco sin condimentos. También desayunando y merendando una taza de té con dos galletas saladas.
  A pesar del poco tiempo ya estaba cansado de dichos alimentos. Para este punto un trozo de carne con verduras le parecía el mayor manjar posible.

—Prepárate —ordenó el hombre de negro con un tono imponente—. Vuelves a trabajar en diez minutos.

  Dicho eso se retiró cerrando con llave.

  Luego de que Jimin se lavara la cara en el baño del cuarto y viera como unas leves ojeras comenzaban a adornar su rostro por el miedo, estrés y trabajo con solo una hora de descanso en total al día, los sujetos volvieron a buscarlo.
Volvió a abandonar la habitación con su traje blanco siendo escoltado por dos hombres de negro que lo estaban guiando a la cocina para que trapeara el piso.

—Alto. —una voz se unió aún cuando atravesaban el pasillo y los hombres pararon en seco ante la orden.

Era Hoseok.

—Señor Justicia —habló uno de ellos, pero ambos hicieron una leve reverencia ante la presencia del familiar—. ¿En qué podemos servirle?

—Quiero que escolten a Chaos a la oficina de Odio. Quiere que vea algo. Ahora. Órdenes del jefe. —concluyó para luego retirarse.

  Y sin la más mínima duda siguieron sus órdenes.
El detective fue arrastrado hasta el despacho de Odio que como era de costumbre se encontraba vistiendo un traje negro detrás de su escritorio.

—Buenos días, Chaos —saludó Jungkook— Dime, ¿cómo vienes con las tareas que te he asignado hasta ahora?

—Buenos días, señor Odio —saludó Jimin de igual manera— He hecho todo lo que me pidió al pie de la letra. He barrido, trapeado y aseado cada rincón de la planta baja de esta casa.

—Me alegra oírlo. —respondió con la mirada más seria que Park probablemente haya visto.

"Si, se nota que está feliz. Sobre todo por su gran sonrisa." Pensó el rubio dándose cuenta que jamás lo había visto expresar una emoción mínima que no sea sarcástica.

El beso de la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora