II

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Capítulo 2




  Dejar que mi tía abuela escogiera las películas para pasar una tarde de lluvia, debería considerarse un crimen.

Mientras me acomodaba en el sofá y ocultaba mi desagrado con una sonrisa tensa cuando me miró para obtener mi aprobación a la elección, me propuse recordar las anteriores veces en las que mi hermano y yo habíamos estado en aquella casa y fuimos sometido a la tortura de verla cada viernes.

Mi abuelo no mostraba su inconformismo para no desanimar a mi tía, la quería tanto que prefería conformarse con la película de siempre a herir sus sentimientos proponiendo otra. Después de la fingida busqueda para disimular que era la única película que tenía en mente, mi tía abuela se hizo en sofá con nosotros y con la taza de palomitas acaremeladas que había ayudado a preparar luego de salir de la biblioteca.

Solté un suspiro de puro agotamiento.

—¿Sabes que grabaron la película en una piscina y que lo he dicho las quinientas veces anteriores que la hemos visto? —piqué en la herida para fastidiarla. Me negaba a dejarlo pasar esa vez sin ser la única torturada.

—¿Eh? —mi tía me miró con los ojos brillosos y muy abiertos, incrédula y con un puñado de palomitas a medio camino de llegar a su boca.

—No le hagas caso —dijo mi abuelo apretándole el brazo para consolarla y dándome una mirada mortífera.

Esas miradas conmigo no funcionaban; me incentivaban.

—Y que ese Jack por el que vas a llorar dentro de dos horas es, en realidad, un maniquí.

—¡Jaehee! —me gritó mi abuelo ocultando aquella sonrisa de diversión con una mueca de reproche.

Mi tía estaba que se ponía a llorar.

—La manera en la que juegan con nuestros sentimientos es injusta, ¿cierto? —continué—, ¿o realmente es nuestra culpa por ser tan susceptibles a cualquier cosa que nos inspire tristeza?

Mi abuelo me tiró un cojín que me dio de lleno en la cabeza y por poco terminó tumbándome del sofá. Mi tía abuela estaba conmocionada, con los ojos fijos en la pantalla por donde pasaban las primeras escenas. Seguía metiendo puñado tras puñado de palomitas en la boca como si el caramelo pudiera borrar de su memoria las palabras que hirieron sus sentimientos. Era una mujer adulta, de la tercera edad, la verdades en esos años debían ser atesoradas.

—Veremos esta película y se acabó. Eres una ingrata insensible que no sabe apreciar el buen cine —contraatacó ella después de unos segundos, con cierto tono dramatizado que nos hizo sonreír a mi abuelo a mí—. ¡Atentos!

Aguanté la película como una guerrera.

Sin embargo cuando acabó y mis abuelos se levantaron del sofá entre bostezos para irse a dormir, no evité pensar en que aquella batalla se habría hecho más llevadera de haber estado mi hermano a mi lado.

Se me hizo un nudo en la garganta de solo pensar en él y en la última vez en la que habíamos compartido un momento agradable. Los meses y días anteriores a mi partida habían sido tan agridulces para ambos que me costó realmente encontrar un momento donde ambos estuviésemos tranquilos sin preocuparnos por las cosas que sucedían a nuestro alrededor y que nos perjudicaban, a él más que a mí.

JAEHEE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora