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¡Otro capítulo más!
Es que estoy emocionada, ¿vale? No me juzguen :( Voy a tratar de actualizar todo los días (si es que puedo, no se emocionen).
¡Denle todo el amor que se merece!
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Capítulo 9
Transcurrieron un par de días de tensión absoluta en la casa, en los que mi madre no me dirigía la palabra y papá me miraba con una mueca apenada, y en los que trataba de demostrarle que no pasaba nada aunque en el fondo me destrozara su comportamiento.
Mi padre había jugado el papel de pacifista entre ambas, el que se esforzaba por sacar un tema durante las cenas, donde mi madre era la única que participaba. Me resultaba imposible seguirles la corriente para arruinar la poca paz que había o para incomodar a mi madre y que dejara las comidas a medias.
Era yo la que no hablaba durante las comidas, la que se le levantaba primero de la mesa y la que madrugaba para ser la primera en salir. Era así como me había imaginado que resultarían las cosas cada vez que me replanteaba volver. Tampoco le había escrito a Han, de manera inconsciente esperaba enterarme de algo muy contundente y que acabara con mi impasibilidad para romper la ley del hielo entre ambos.
Ese día salí de casa para pasarme por la casa hogar a la que le había invertido tiempo y empeño los primeros años. Había sido una de las pocas que no había visitado y llevaba unas cuantas bolsas con donativos que mi madre había traído del trabajo la noche anterior.
Bajé de camioneta con la maleta y me aproximé a las verjas que bordeaban la propiedad, con el enorme portón cobre más oxidado de lo que recordaba. Agradecí que la llovizna de ese día hubiera cesado en la madrugada y por lo menos hubiera un poco de luz natural que iluminara la mañana.
Toqué el timbre del portón y esperé un par de minutos en los que no tardaron en aparecer las mujeres de la casa con sus rostros de preocupación. Dos antiguas monjas que habían servido a la iglesia en años anteriores me observaron del otro lado como si fuera un espejismo tridimensional con escarcha en los ojos. Se mostraron sorprendidas, y Mika, que siempre parecía estar asustada, fue quien abrió las rejas y me invitó a pasar.
—Es una verdadera sorpresa tenerte por aquí, Jaehee, llevas... —miró a su compañera de soslayo, pidiéndole un poco de colaboración con la ojos— algunos meses sin aparecer por aquí.
—Trece meses para ser exacta.
Lucile intentó coger la maleta, asumiendo que se trataba de donaciones para el albergue y dio un respingo en el puesto cuando golpeé su mano sin mucha brusquedad.
—Yo la llevaré —dije.
—¿Segura que no quieres ayuda? —preguntó Lucile con cautela, echándole hojeadas poco disimuladas a la maleta. Era probable que se estuviera imaginando lo peor—. No nos avisaste, te hubiéramos preparado una pequeña bienvenida.
—No es necesario, sólo vine a echar un corto vistazo, ¿puedo?
—Claro, claro.
Ambas se hicieron a un lado y me dejaron pasar; se miraron entre ellas, confusas, al notar que caminaba por el senderillo de piedras y pasto húmedo arrastrando la maleta. Cuchicheaban detrás de mí como las cotillas empedernidas que eran y se quedaron calladas cuando las miré por encima del hombro; Mika la asustadiza y Lucile la bonachona siempre se mostraron temerosas de mí, como si cargara alguna maldición y estuviese dispuesta a compartirla para arruinarles la vida.
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JAEHEE
RomanceJaehee Garritsen regresó a Alemania con propósitos sencillos: controlar a la plaga que le había hecho la vida imposible a su hermano en el Instituto, mantener un perfil bajo en la universidad para no ocasionar más problemas de los que ya tenía, reco...