Capítulo 3Contrario a integrarme a la fiesta como mis abuelos y Noelia querían, busqué un lugar apartado dentro de la casa para hundirme en la miseria sin que nadie me molestara.
Pedía estar tranquila y sola en una fiesta y en una casa que no era la mía, con personas desconocidas rondando alegres y vivaces por la celebración. No estaba preparada para formar parte de algo así, pese a que meses antes había disfrutado de aquellos eventos incluso sin la compañía de uno de mis amigos. Aquella negación no era un capricho más por llevarle la contraria a mis abuelos, no me encontraba con los ánimos suficientes para no desentonar; acabaría estropeándolo todo con mi mal genio.
Me senté al pie de la escalera y apoyé la cabeza a la pared con el móvil en las manos. Tenía un nudo en el estómago y conservaba la sensación de estar desmoronándome lentamente. En esos momentos las risas que escuchaba desde donde me encontraba no me ayudaban para nada.
La falta de respuesta de Han me llevó a sumergirme de nuevo en las fotos que conservaba de mis amigos en la galería. La mitad de ella estaba plagada con fotos de Jasper: junto a mí, junto a Seth, haciéndole en tonto con alguna botella de vino o duchándose con una botella de Gatorade.
Escogí una para contemplarla más a detalle. La foto que siempre escogía en momentos donde mi cabeza no daba para más nada que pensar en él y en ellos, volvió a punzarme el estómago, como una daga filosa preparada para el golpe.
Ambos posábamos con sonrisas amplias. Jasper me abrazaba el hombro con uno de sus brazos mientras con el otro sostenía un taco de billar, con el sitio en cuestión sirviéndonos de fondo. Era la foto a la que siempre recurría porque allí Jasper y yo nos veíamos como los dueños de nuestras propias vidas, con miradas inexpertas con ganas de disfrutar cada momento y sonrisas contagiosas.
Su ausencia y el muro de distancia que había levantando entre los dos hacía meses me llevaron a rememorar la vez en la que nos conocimos.
Cuando tenía más valentía y coraje que ganas de vivir.
La noche en la que Holland me llamó por primera vez, echa un mar de lágrimas porque el novio que tenía en ese entonces se marchaba de la ciudad para no volver.
En esos años no pasábamos de saludos corteses y miradas cordiales cada que nos veíamos en el instituto o su familia llegaba de visita a casa.
Con la llamada ella no me había dado muchos detalles, pero la intuición pulida con años de entrenamiento por mi propio padre, me gritó con fiereza que había un trasfondo mucho más significante que «mi novio se va».
No estaba haciendo nada importante esa noche, miraba una repetición de un partido de béisbol que Han había tenido la gentileza de grabar que tras colgar la llamada perdió su encanto. Salí de casa con ese bate que fue mi fiel compañero desde que era muy pequeña, preparada para enfrentarme al causante del dolor de mi amiga.
El sentido de protección era como una segunda piel para mí; lo desarrollé a los cinco años en la guardería cuando un niño regordete y de mejillas sonrosadas le pegó en la cabeza a mi hermano con su paletita multicolor. A esa edad no me resultó complicado darle una patada al niño que terminó mandándolo al suelo, cortando de raíz un problema que pudo hacerse más grande a futuro.
Ahora que lo meditaba con más calma, me resultaba inquietante lo claro que lo había tenido siendo tan pequeña: que nadie era más capaz que yo para defender a mi hermano y lo que verdaderamente tenía sentido y cobraba importancia en mi vida.
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JAEHEE
RomanceJaehee Garritsen regresó a Alemania con propósitos sencillos: controlar a la plaga que le había hecho la vida imposible a su hermano en el Instituto, mantener un perfil bajo en la universidad para no ocasionar más problemas de los que ya tenía, reco...