XVI

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Capítulo LARGO para compensar la ausencia y para solicitar atención en los DETALLES; en lo que puede parecer no relevante, en realidad lo es.

Nada más me queda por recordar que este capítulo va coronándose –junto con el anterior– como uno de mis favoritos, que lo disfruten, voten y lo llenen de comentarios porque, suena un poco deprimente, la ausencia de ellos entristece bastante.

Sin más, a leer, pequeños desahuciados.

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Capítulo 16

Llegué a tiempo para el postre.

Esa fue la lamentablemente excusa que utilizó el alcalde cuando me vio aparecer por la puerta del comedor con su ama de llaves liderando el trayecto y le regaló una sonrisa afable a nadie en particular para ponerse de pie y aproximarse a paso seguro hacia mí.

Fui consciente de lo ausente que estaba mi mente al sentir el tacto de la mano del alcalde en mi hombro, ofreciéndome un ligero apretón como un saludo igual de íntimo como el abrazo eufórico que me dio después de saludar a mi padre con la misma energía en la galería de arte.

Me di cuenta, mientras el alcalde aguardaba con paciencia y una sonrisa indeleble y amplia de pura complaciencia, una reacción de mi parte, que mis prioridades se habían distorsionado al segundo en que mis ojos se encontraron con los de Ángel Hein —el perturbado que se inspiró en sus tiempos de abusador para pintar masacres que cautivaban al espectador—.

Fui testigo, en el completo silencio que mi cabeza creó para darme la privacidad que ese comedor no me ofrecía, que había entrado a la mansión del alcalde, con un ensimismamiento preocupante que había pasado por alto el detalle con el que las paredes del recibidor estaban plagadas de cuadros y la iluminación espectacular que ofrecía el candelabro sobre mi cabeza, que la reacción de Jasper al verme había dejado de inquietarme hasta el punto que no eran sus ojos marrones y su piel pálida lo que resaltaban en mis pensamientos; sino un verde intenso en unos iris que solo parecían observarme con diversión y malicia y el sonido característico de una risa burlesca que subyugaba mis ganas de seguir respirando.

Estuve tan ocupada en deshacerme de aquel cretino que cuando parpadeé, volviendo al sitio en el que mi cuerpo se hallaba presente, alertando a todos, la angustia con la que me sentía familiarizada, volvió con más fuerza para golpearme el pecho con una certera puñalada.

No me moví ni un ápice cuando los ojos de todos aquellos que ocupaban un lugar en mesa intentaban a toda costa detallarme con más atención. Continué inamovible, con la mano del alcalde compartiendo su temperatura corporal en mi hombro, expectante a la respuesta de su saludo amable.

Su sonrisa había desaparecido por completo.

—¿Pasó algo? ¿Mi hijo ha dicho algo inadecuado? ¿Dónde está?

Fue como si el interruptor que me mantenía alerta se hubiera activado al segundo, porque mi expresión perdida y mis músculos sin movimiento reaccionaron; pasé de sentirme y verme como alguien a quien acababan de drenarle toda la energía, a alguien que tenía demasiada para mirar como si quisiera desintegrar a todo lo que se cruzara por el camino.

Llevé los brazos hacia mi pecho y tomé un palmo de distancia, provocando que la mano del alcalde se apartara lentamente y pasara a observarme como si me fuera faltado el respeto sin darse cuenta.

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