VII

65 7 14
                                    

Capítulo 7

Me perdí por completo el trayecto ensimismada en el juguete que tenía en la mano.

Escuchaba el murmullo de la radio del vehículo y al hombre que lo conducía parlotear de vez cuando sobre lo terrible que estaba el clima. Una fina cortina de lluvia se extendía por la ciudad, empañando la atmósfera de un ambiente frío y distante que la mayoría detestaba los primeros meses, como si los estragos del invierno no fueran suficientes.

En ningún momento desvié la atención del auto en miniatura que tenía en las manos, observando la pintura intacta pese a ver corrido con tanta mala suerte de haberse mojado en la lluvia un par de veces.

Aquel juguete que había restaurado tiempo atrás, se había vuelto una especie de refugio al que acudía cuando la bruma de pensamientos me atacaba, por no decir que me relajaba imaginarme una versión pequeña e infantil de mi padre entretenerse con aquel juguete que había envejecido de maravilla.

Mi abuelo había mencionado muchas veces que ese juguete había acompañado en momentos difíciles a mi padre, lo primero que acudía cuando la carga era demasiado para él, y tal como yo había optado miles de pasatiempos en el pasado para distraerme, adopté el viejo escape de mi padre y lo volví una pieza clave en mi rutina.

La ciudad me había dado la bienvenida con un clima deprimente, miles de personas caminando de aquí para allá con paraguas sobre sus cabezas, quejas disparadas en voz alta y perros callejeros correteando en busca de refugio. El recordatorio perfecto de que podía ponerse peor para amargarme la existencia.

Pedí al taxista detenerse apenas vislumbré la primera parada a unos cuantos metros y bajé del coche aferrada al abrigo y con un paraguas preparado para enfrentar el clima. Contemplar los alrededores con una mueca de desagrado, fue inevitable, mas me dediqué a ignorar las sensaciones inoportunas y clavé los ojos en el letrero sin variar la expresión. El taxista se ofreció a llevar la maleta bajo el techo más cercano y mi voz detuvo sus pasos.

—No es necesario —saqué los billetes de unos de los bolsillos del abrigo y se los extendí—. Gracias.

—Con gusto, señorita.

Se alejó tirando de la capucha de su sudadera para protegerse de la lluvia, y se marchó en su taxi tan pronto como el semáforo cambió de color.

Me mantuve unos segundos sin moverme de la acerca, con la maleta a un lado y la lluvia golpeteando el paraguas. La llamada que esperaba me empujó a arrastrar la maleta rumbo el local y sacar el móvil inspeccionando el lugar con una mirada curiosa.

—¿Ya estás en casa?

—Aún no.

¿Y eso?

—Tengo cosas que hacer antes.

Ay Jaehee —se lamentó mi abuelo sin molestarse en ocultar su descontento. Su voz conservaba los estragos del sueño que se vio obligado a interrumpir para llamarme—. Todo va a estar bien, ¿por qué le añades más suspenso?

—No sé de qué hablas.

Lo sabes y te haces la tonta —continuó antes de darle cabida a mis protestas—. Mira cariño, quizá y creas que tus padres no van a dejarte pasar de la puerta, y me temo recordarte que conozco a tu padre más que tú; él estará dichoso de tenerte de vuelta, sus constantes llamadas lo demuestran. Y tu madre, ni hablar de ella, te aseguro que cabrá de la dicha.

JAEHEE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora