VIII

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Sé que actualicé hace poco, pero no puedo evitarlo :)

¡Denle mucho amor al capi!



Capítulo 8

Si bien durante la cena mi madre había pactado conversar conmigo al día siguiente con más calma, mi padre decidió jugar su carta esa misma noche.

Se aprovechó de lo animada que estuve durante el rato en el que él y mamá compartieron habladurías sobre sus amigos y me robaron una que otra sonrisa, para echarme una de esas miradas suyas y pactar un encuentro silencioso que pasó desapercibido para mi madre.

Lo juzgué en silencio y estuve varios segundos arrepintiéndome por haber asentido con la cabeza, incapaz de haberle dado una negativa cuando era evidente que llevaba las de perder.

Me resultó imposible hacerlo desistir mientras su conversación con mi madre cobraba más fuerza con el paso de los minutos.

Después de un rato acompañó a la habitación a mamá cuando acabamos con las pizzas, y me otorgó una mirada significativa que interpreté ágilmente como un «ya regreso». No me dio tiempo de explicarle que tenía una reservación en un hotel cercano para utilizarla como una excusa más y desde luego que la hora no era adecuada para hablar de ningún tema por muy importante que fuera.

Me ignoró por completo y aproveché para cancelar la reservación porque ya había aceptado que mis réplicas serían insuficientes para convencerlo.

Lo esperé en su oficina, abatida, recordando que siempre había sido sencillo decirnos las cosas incluso si el momento no era el adecuado y me consolé con la idea de que la primera noche era ideal para hablar con él después de haber estado ausente por más de un año en los que fue el único en intentar conciliar conmigo por todos los medios posibles.

La segunda habitación más grande de la primera planta, me recibió con los brazos extendidos; plagada por estanterías de libros, un pequeño equipo de música que muchas veces había reemplazado porque los dañaba —le encantaba la música, no había día en que no encendiera el aparatejo— y el escritorio con sus cosas de la universidad. Era profesor de Filosofía en una universidad pública.

Estar en su oficina provocaba las mismas sensaciones que estar en el despacho de mi abuelo André; la única diferencia es que sus objetos decorativos y la escencia del lugar se acoplaban a sus profesiones. Mientras mi abuelo tenía cuentas y títulos honoríficos en las paredes, papá tenía frases motivacionales en cada espacio de las paredes.

Me entretuve acomodando los libros de las secciones de Historia y Poesía, recordando con nostalgia el desorden hereditario y lo bien que supo aprovecharse de mis crisis emocionales para darle cuerpo al lugar en donde se pasaba la mitad de su tiempo.

Había sido la encargada de darle un aspecto decente en su oficina, con cuadros sobrios que no llamaran tanto la atención y las frases en las paredes a las que le invertí días para sentirme de utilidad. Nada estaba puesto al azar. Y ver Historia entremezclada con Poesía despertó a un enanillo ansioso de mi cerebro.

Se sentía como combinar marrón con negro.

—Hay costumbres que nunca se pierden —añadió entrando a la oficina. No me alarmé, por el contrario, estar inmersa en un ambiente cómodo me había servido, estaba incluso preparada para afrontar un «eres una pésima hija» sin ponerme a la defensiva.

JAEHEE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora