Capítulo 13
Lo último que imaginé en Ángel Hein, es que tuviera una afinidad artística y un talento destacable, y peor aún, que sus cuadros fueran tan malditamente buenos que cada vez que merodeaba y me encontraba con uno más perturbador que el anterior, se me era imposible no quedarme medio embelesada contemplándolos.
Aquella imágen desastrosa y problemática que deambulaba por mi mente, no compaginaba para nada con lo que ahora veía.
Le había dado tan poca importancia a su vida, que estaba comenzando a arrepentirme de no haberle puesto más atención. En el pasado solo le había dado relevancia al comportamiento con el cual se paseaba por el Instituto: tan cuestionable y con una frialdad descarada como el mío. Lo último que había pensando en aquel entonces que aquel sujeto que acostumbrada a estar siempre al lado del abusador de mi hermano con una cara de darle igual lo que veía, se dedicara a trazar líneas en un lienzo en la privacidad de su hogar.
Me resultaba jodidamente inconcebible que el bastardo que maltrataba a chicos en los descansos la mitad del tiempo y la otra encontrándotelo en la oficina del director para recibir un castigo, se dedicara a embarrarse la ropa de pintura y a crear semejantes obras dignas de un desequilibrado mental.
Estuvo siguiéndome con la mirada un buen rato, saludando a las personas que se encontraban próximas a dónde me hallaba y echándome ojeadas disimuladas cuando creía que me no me daba cuenta mientras analizaba sus cuadros.
Era tan malo para disimular que me apenaba que no pudiera controlar la intensidad de su mirada; la sentía en el cuello, en la espalda, en los movimientos de mis manos... En cada uno de mis pasos.
—Deja de acosarme —espeté sin volverme hacia él; estaba detrás de mí, con su ruidosa respiración hostigándome y su perfume irritante perturbando la receptividad de mi olfato—. La galería es suficientemente grande como para perderte y no volvernos a cruzar. Además, hay muchísimos invitados, es tu fiesta después de todo, ve a molestar a alguien que no quiera asesinarte al mínimo descuido. Déjame en paz.
—No te acoso, princesa —dijo, todavía sin moverse del lugar. Si me atrevía a voltear, nuestros rostros podrían quedar a una distancia cuestionable.
—¿Qué definición le otorgas al estar siguiéndome todo el rato? Si estás tan aburrido, ponte a bailar o a beber, o lo que se te antoje, pero muy lejos de mí.
—Es una exposición.
—Creí que era tu fiesta de cumpleaños —le eché una corta mirada por encima de mi hombro, donde se veía con la mirada puesta en su reloj.
—Lo era hace... media hora, sí.
—¿No vas a dejarme en paz, cierto?
—¿Preguntas o ya te quedó claro?
Apreté los labios y sonreí para mis adentros. Era imposible conversar con él cuando no tenía ánimos de hacerlo, estaba tan ocupada en aclarar mis pensamientos y repasar el discurso mentalmente una y otra vez como cuando exponía en clase, que la idea de olvidar una vocal, me ponía de los nervios. No ayudaba en lo absoluto tener a ese chico negado a dejarme sufrir en mi soledad.
—¿Dónde están tus amigos? No los he visto por ningún lado.
—¿Por qué te interesa? —preguntó genuinamente curioso, harto de estar detrás de mí.
—Curiosidad. Todo ha estado muy tranquilo hasta el momento, debe deberse a algo, ¿no?
—No los invité.
—Qué sensato de tu parte.
—No invitaría a nadie que se atreva a infravalorar lo que me gusta, por muy amigos que sean. Dejé muy claro de qué iba la fiesta, y no quería caras de culo desentonando con la decoración.
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JAEHEE
RomanceJaehee Garritsen regresó a Alemania con propósitos sencillos: controlar a la plaga que le había hecho la vida imposible a su hermano en el Instituto, mantener un perfil bajo en la universidad para no ocasionar más problemas de los que ya tenía, reco...