Adrenalina

33 3 0
                                    


La saliva picante se apresura a deslizar por mí garganta. Es una montaña rusa en sabor: nunca sé en qué momento va a desatarse la emoción.

El castillo de naipes que estamos construyendo está suspendido de tres hilos de viento que han decidido permanecer inmóviles. Llevo horas mirándolo solo aceptando que va a caer, pero nunca cae.

Estoy atrapada en un bucle infinito de fuegos artificiales que el tiempo detuvo y quedaron pintados en la noche estrellada.

El picante sube y baja sin piedad quemando mis lágrimas y dejando seca toda esperanza.

La adrenalina es tan adictiva que aunque quiero huir, me termino quedando. Espero con ganas cada bajada, cada explosión.

Lo sufro, me quema, me duele, pero me subo, me quedo y muerdo el picante.

El castillo se tambalea y yo lo miro ansiosa. Llevo días, semanas. Creo que hasta lo soplé cuando la impaciencia me estrujaba las entrañas. Pero no se cae.

Pero está a punto de caerse.

La montaña rusa lleva tanto rato subiendo que los nervios se me revientan esperando a que baje y mi aliento quede 20 metros arriba.

Pero sigo esperando. Sufro. Lo padezco. Pero lo espero. Y me encanta.

El picante explota cuando quiere, y esperarlo es en realidad el único objetivo de consumirlo.

Me quejo, pero la adrenalina mantiene viva la chispa en mis venas y alimenta cada trozo de esperanza que me mantiene aún a tu lado.

Poesía surrealista del siglo XXIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora