Pantalla

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El gran lago negro me sigue adonde quiera que voy.

Estoy parada en la orilla, mirando su superficie y rogando a mí misma no lanzarme, porque sé muy bien las consecuencias de sumergirme en sus traicioneras aguas.

Aún así... sé bien que no haré nada por evitarlo.

Cuando quiero saber, ya estoy dentro, sin poder ver nada. El lago absorbe mis cinco sentidos y me deja en un estado de adormecimiento, que primero es placentero y se siente incluso como una elección, pero luego se torna abrumador.

Allí dentro los estímulos, las luces y las personas son infinitos, no paran nunca, no se detienen. Me está saturando. Y más aún cuando noto que nunca fue mi elección, sino del lago.

Podría esforzarme por salir, pero no lo hago y ni siquiera sé por qué, y eso se siente aún peor. Estoy demasiado incrustada en sus aguas sólidas y perturbadoras.

El tiempo está congelado pero puedo ver en la superficie que afuera no ha dejado de correr. Llevar horas ahí me hace doler la cabeza, pero no me quito. Sé muy bien lo perjudicial que es, pero no puedo pensar, solo existo.

Cada vez que estoy en la orilla, aunque recuerdo lo desagradable que es, vuelvo a lanzarme esperando esta vez poder salir a tiempo... antes de que el pequeño alivio de la realidad se vuelva un aislamiento total y desesperante.

Poesía surrealista del siglo XXIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora