Volumen 01 · Capítulo 06: Cure For Me

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El paso del tiempo hizo más evidente el distanciamiento de Casiopea con la sociedad humana. Cuanto más conocía a los digimon y mayor era su implicación emocionalmente con su compañera, más era la sensación de frustración que le generaba la actuación de los de su propia especie. Por ende empezó a emerger en ella un sentimiento de aislamiento que la llevó a evitar las poblaciones humanas.

Youkomon por contra, quien podía ya conservar ese nivel evolutivo, era consciente de que este cambio podría suponer un problema a futuro, intentó mediar en el conflicto por difícil que pudiera resultar.

—Nos faltan provisiones. Quizás deberíamos acudir a esta posición. —Señaló con una pezuña en el mapa, que estaba extendido sobre una roca, un pequeño pueblo a un par de kilómetros-. Sería lo más sensato.

—Preferiría enfrentarme a una jauría de Fangmon que ir hasta allí. —La pesadez en el rostro de la mujer denotaba su cansancio y falta de nutrientes.

Llevaban varios días viajando por un terreno árido en los que habían decidido racionar los alimentos para que perdurasen, ante la ausencia de otras fuentes.

—Ya, pero entonces yo no podría salvarte de sufrir un ataque. Debemos ir.

Un silencio incómodo se abrió paso entre las compañeras. Ambas habían dejado clara su opinión y sólo era necesario que una de las dos diera su brazo a torcer... Finalmente fue Casiopea quien, agotada, decidió dar un paso atrás y ceder ante las demandas de la zorra.

—De acuerdo. Únicamente porque no hay otra opción —refunfuñó—. Y si te necesito silbaré para que acudas a mi llamada, ¿me has entendido?

La zorra asintió. Luego aulló en señal de victoria y reinició la marcha caminando con sus nueve colas bien alzadas para pavonearse en tono jocoso de su compañera. Su relación era especial.

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Ni dos segundos pudo aguantar Casiopea en resoplar ante las múltiples aberraciones que encontró al llegar a su destino: carteles informativos sobre cómo echar a un digimon de tu propiedad, pertenencias de estos como trofeos expuestas por las calles, y un aroma a cazador que echaba para atrás.

—Qué lista eres —susurró—. Vamos aquí, es el lugar idóneo, pero soy yo la que debe enfrentarse a este atajo de neandertales...

Sin embargo no fue lo único que encontró allí.

Frente a ella destacaba una menuda mujer de tez oscura, como la suya, y cabello oscuro corto, que se quedó mirándola fijamente hasta que alzó la voz en señal de festejo.

—¡Cassie!

Se trataba de Diana, una amiga de la infancia a la que daba por muerta durante el Cataclismo. Ambas fueron juntas al colegio y el instituto, siendo inseparables hasta que alcanzaron la universidad.

—¡La pequeña Cassie! —La abrazó sin miramientos—. Aunque ya no eres tan pequeña. —Sonrió—. No te lo vas a creer, pero justo el otro día estuve pensando en ti.

—¿Sí? —Casiopea sintió un halo de nostalgia y le devolvió el cariñoso abrazo—. Yo también me alegro de verte, Di.

A continuación la menuda insistió en llevarse a su amiga a la única taberna del pueblo, un antro polvoriento y gris lleno de borrachos que ahogan su lastimosa vida en alcohol. Allí se pusieron al día sobre sus vidas, si bien Casiopea sintió que debía mentir al respecto.

—Desde que murió mi abuela he estado viajando de aquí para allá. —Al ver la cara de incredulidad de su amiga actuó rauda—. Es difícil y casi siempre acabo al borde de la muerte, pero por suerte me las puedo apañar.

The Last Stories (Digimon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora