Volumen 01 · Capítulo 11: Warrior

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La vida en el Último Mundo no era fácil, de hecho eran muchos los que pensaban que los afortunados habían sido aquellos que desaparecieron durante el Cataclismo. A los supervivientes les quedó un futuro cargado de adversidades con un mismo final: la muerte.

Sin haber terminado el luto por Cyril, el fallecimiento de Mistymon se sumó al contador. Una pesada carga que recaía en la espalda de Casiopea, por mucho que tratase de fingir que todo iba bien delante de su compañera. Pero lo cierto es que se la perenne sombra de la muerte tenía amordazado el corazón de la mujer, impidiéndola mostrar sus sentimientos reales.

Casiopea tenía miedo. Miedo a morir, miedo a fracasar, miedo a separarse de Youkomon. Tal era el miedo que tenía que era lo único en que podía sentir. «¿Qué habrá al otro lado? Tras este cruce de mundos... ¿Me convertiré también en datos?», eran algunas de las preguntas que se hacía cada noche desde que abandonasen Witchelny.

Wisemon les había hecho entrega de una esferas para comunicarse; un invento mágico obtenido de la información hallada en un peculiar libro, llamado Taumaturgia para Aprendices. No obstante, tan sólo disponían de unidades limitadas que deberían racionar.

—Ya está. Dilo.

La zorra instigó a su compañera para que hablase. Desde que se habían adentrado en el interior de un bosque la mujer no había dicho ni una palabra; demasiados pensamientos intrusivos que no la dejaban en calma.

A pesar de su reticencia anterior Casiopea echaba de menos la civilización humana. Al fin y al cabo no dejaba de ser uno de ellos, y los últimos acontecimientos habían despertado en ella una añoranza que creía extinta.

—Me hago vieja, Youkomon, y tú también... —Se detuvo en mitad de un claro y se tocó su arrugado rostro—. Vivir así nos resta años de vida. Me duelen las rodillas y no sé cuan seguro será para nosotras mantener esta vida de nómadas que llevamos.

—Tenemos el lazo del que habló Wisemon.

—Indaramon te noqueó de un golpe, yo... —Tragó saliva. Expresar esos pensamientos le estaba costando demasiado—. Aquí fuera hay peligros a los que nunca podremos hacer frente por mucho que nos tengamos la una a la otra y, honestamente, perderte es lo último que deseo.

—Estaré a tu lado hasta el último momento, Casiopea.

Las palabras sobraron en aquel momento, pese a haberlas. Tras hablarlo y meditarlo bien, los pros y contras de volver a formar parte de la civilización humana, ambas alcanzaron el consenso de buscar un lugar acogedor y apartado en el que retirarse.

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Juntas exploraron ampliamente el extenso continente, siempre evitando La Capital así como aquellas ciudades que eran leales a su causa, sin éxito alguno. En ninguna de las poblaciones que visitaron serían bien recibidas, o quizás sí. La mujer estuvo tentada a acudir a la Dark Web, pero su instinto le decía que era un error; mas conocía la maldad que allí se gestaba.

El tiempo pasaba, a veces rápido y otras lento, y la esperanza de hallar un hogar iba disminuyendo al igual que sus energías, hasta que un día el rastro de destrucción dejado por una terrible criatura se convirtió en el foco de sus prioridades.

Los supervivientes de sus atrocidades se contaban con los dedos de una mano. Aquel Digimon de gigantesco tamaño, incapaz de saciar su sed de sangre, recorría los senderos comerciales arrasando todo a su paso, como aldeas o pueblos, sesgando innumerables vidas humanas.

—Moriréis si osáis seguir su camino —advirtió una joven de cabello oscuro y ojos esmeraldas.

Su nombre era Opal.

The Last Stories (Digimon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora