Volumen 01 · Capítulo 09: Giving Into The Love

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La experiencia vivida en La Capital fue como un chute de adrenalina para Casiopea y Youkomon. Colaborar con la red les resultó satisfactorio. Elogio, todas esas personas dispuestas a sacrificar sus vidas... El cambio era posible, aunque quedaba muchísimo trabajo por delante.

Era mediodía. Ambas caminaban enfrascadas en ese pensamiento, por un sendero arbolado poco frecuentado, cuando escucharon el rugir de un motor; algo extraño ya que en esa zona no había nada de interés. Cuidadosamente cubrieron su rastro sin armar ruido y se escondieron entre la maleza, ocultas detrás de unos arbustos de frutos tan rojos como rubíes, desde donde pudieron ver todo con claridad.

El vehículo, un furgón militar, se detuvo en mitad de un barrizal. De él salieron dos figuras; una ataviada con un uniforme oscuro y otra vestida con harapos que mantenía una actitud inferior. Parecía que fueran a asesinarle brutalmente.

—¡Te lo imploro, Levi, ne le fais pas s'il te plait! —rogó apretando las manos en su pecho.

—Mis órdenes eran llevarte al Coliseo, hermano. —Ignoró su súplica antes de aporrearle con la culata de su metralleta—. Pero no puedo hacerlo, no puedo...

El militar tenía corta edad, superando la veintena. El otro se perdía ya por encima de los cuarenta, sin embargo su aspecto físico estaba muy demacrado aparentando tener muchos más.

—Prendre pitié. ¡Somos familia!

—De ahí que te esté perdonando la vid, Cyril. —Violentamente asestó una patada a su hermano para derribarle. A continuación se subió al furgón sin mirar atrás.

El vehículo arrancó ipso facto y comenzó a alejarse. No tenía intención de volver.

El ambiente quedó enrarecido. Los Digimon que habitaban la zona se habían escondido, temerosos, y las compañeras se preguntaban si sería algún tipo de trampa, pero el llanto de aquel hombre auguraba un trágico desenlace para él. Eso despertó un impulso de compasión en la mujer, que decidió ayudarle.

—Necesitas ayu... —El horror en sus ojos al reconocer un viejo amigo la hizo temblar. El estado deplorable del hombre la impresionó—. Cyril...

Él se giró a verla y por un instante fue incapaz de reconocerla. Ella había cambiado, cambiando sus rastas por una melena abultada y ondulada, además de las arrugas que habían empezado a emerger en su rostro. Tras una breve pausa al fin logró identificarla.

—Casiopea. ¿Eres tú?

—Lo soy. —Se acercó rauda para evitar que se callera al suelo, rodeándole entre sus brazos—. Por Dios, ¿qué te han hecho?

Cyril rompió a llorar de nuevo. Estaba demasiado conmocionado para dar explicaciones.

—Debemos irnos —intervino la zorra—. Los Digimon no tardarán en salir de sus escondrijos y es de esperar que capten nuestros olores. Hay que buscar un lugar seguro.

Casiopea se echó el brazo derecho del hombre a su espalda y con delicadeza, pero con impetú, le ayudó a subirse sobre el lomo de Youkomon. Avanzarían más rápido si cabalgaban sobre ella.

—Marchémonos.

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Cyril de Smet lucía un aspecto físico maltrecho. Presentaba moratones y heridas por todo su cuerpo, consecuencia de un maltrato continuado; lo que probablemente le hubiera causado ese estado mental inestable que padecía, incapaz de razonar con lucidez  y con infinidad de lagunas en su memoria. Le costaba recordar los últimos años de su vida, si bien tenía fresco el vívido rostro de Casiopea.

—Lograste escapar, mademoiselle.

Youkomon había encontrado las ruinas abandonadas de una aldea, donde armaron un campamento improvisado con un perímetro de seguridad. Más exactamente se cobijaron en el interior de una chabola hecha de madera que había logrado mantenerse intacta... Con él de esa manera no podían permitirse el lujo de estar viajando.

The Last Stories (Digimon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora