Volumen 01 · Capítulo 04: Heathens

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El Cataclismo supuso un antes y un después para la raza humana en todos los aspectos, por eso mismo cuando llegó a oídos de Casiopea la existencia de una comunidad de paganos que rezaban a una nueva deidad, quiso ir a echarle un vistazo intrigada por las posibilidades que ofrecía.

Su familia jamás la inculcó religión alguna, pese a que su abuela era una cristiana devota, y de adolescente ella nunca había mostrado interés por esas cosas, ya que según su criterio la ciencia era la mejor herramienta para explicar las preguntas que muchos buscaban en Dios... Eso siempre la generó un conflicto interno.

Kitsumon, que no entendía de estos temas, se había estado fortaleciendo desde que alcanzase el poder necesario para evolucionar. Entendía que si no lo hacia, más pronto que tarde se encontrarían con un enemigo cuyo nivel no podría combatir y la vida de su compañera correría peligro, así que se esforzó para estar a la altura de la situación.

La villa a la que se dirigían era conocida por sus rebaños de ovejas y por ser la que mejor lana comerciaba de la zona. Sus habitantes, la mayoría envejecidos, aseguraban que desde que habían abandonado las religiones del mundo antiguo y adoraban a su nuevo dios, los ataques de digimon salvajes habían disminuido y así la paz se había abierto camino, pero, ¿era eso posible? La ya no tan joven estaba dispuesta a averiguarlo.

—Los digimon tenemos nuestros propios dioses, aunque sinceramente no sé que habrá sido de ellos —apuntó la zorra.

—Igual que los humanos. —Sus cabellos, habitualmente recogidos, campaban ahora a sus anchas por encima de los hombros, resaltando unos pendientes morados con forma de hoja—. Dios, Alá, incluso los dioses de las culturas clásicas como los de la antigua Grecia, a los que ya no adoraba nadie.

—¿Por qué te interesa este caso en concreto? ¿Qué esperas descubrir? —Kitsumon ya había pasado los suficientes años con su compañera como para conocer sus curiosidades e inquietudes y sabía que la mente curiosa que tenía nunca se saciaba.

—Tengo un presentimiento, una sospecha sobre lo inusual de la situación —contestó con una voz firme—. En ocasiones tenemos que hacer caso a nuestra intuición, a nuestro corazón, más nunca se sabe lo que el destino nos tiene preparados.

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Ubicada en una ladera montañosa, rodeada de un bosque frondoso, la villa contaba con grandes pastos donde sus ovejas pastaban plácidamente y un río en el margen derecho que les proveía de agua y pescado. Tenían todo para sobrevivir de forma autónoma, pero aún así estaban cerca de una de las rutas comerciales más importantes, algo de lo que sacaban grandes beneficios.

Durante una semana, las compañeras se dedicaron a observar sin interferir, espiando a sus gentes y explorando los entornos para encontrarle sentido a todo: era cierto que los digimon de la zona evitaban la villa, por alguna razón desconocida, y que la comida que se ofrecía en un altar para complacer a su nueva deidad, desaparecía, pero fueron incapaces de dar con una explicación para ello;  por tanto, a Casiopea no le quedó otra que investigar desde dentro. 

—Escóndete hasta mi regreso.

La villa era pequeña, con edificaciones de madera de una sola planta y sus correspondientes establos o corrales adyacentes. Por sus calles, que olían fuertemente a ganado, jugueteaban los niños como pocas veces había visto, pues era más típico de las grandes ciudades amuralladas donde la seguridad estaba garantizada. Los aldeanos vivían una vida modesta alejados de las viejas costumbres, así como de la tecnología actual, en una inusual paz y tranquilidad.

—No te conozco forastera, pero a juzgar por tu forma de actuar diría que buscas pasar desapercibida —soltó de repente un hombre de estatura media ataviado con ropajes rojizos y un sombrero picudo y alargado sobre su cabeza.

The Last Stories (Digimon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora