Volumen 01 · Capítulo 12: Queendom

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La vida en la aldea era tal y como Casiopea la había imaginado: un lugar apacible donde asentarse, alejado del acechante peligro e incluso le brindó la oportunidad de recuperar viejas costumbres, como relacionarse con los de su misma especie. Los habitantes, ahora vecinos, la acogieron con simpatía e interés. ¡La nueva! decían con gran emoción al verla. 

Youkomon estaba feliz por ella. El cambio positivo en su compañera era palpable: mejor humor, nula ansiedad y un rostro más relajado ante la ausencia de males que le confería un aire acorde a su edad real. Seguir viajando como nómadas, si bien no habría afectado a su relación, las tenía con una continua sensación de muerte que les susurraba al oído como una vieja amiga. La derrota de Callismon, el sacrificio de LordKnightmon por derrotarle, y en general sus experiencias pasadas, marcaron un nuevo rumbo en sus vidas más enfocado al disfrute de los años que les restasen.

—Está quedando interesante la casa, ¿no crees? —preguntó la mujer al colgar un marco sobre la pared.

No era más que un dibujo de bienvenida que le había hecho Éndor, pero para ella tenía gran valor; razón por la que decidió enmarcarlo.

—Por supuesto que sí.

La zorra rara vez se dejaba ver a la luz, habiendo aprendido el arte de camuflarse entre las sombras. Por eso, provisionalmente, no recibían visitas en casa... Era una idea futura cavar un túnel en el suelo de la casa que conectase con el bosque para que así Youkomon dispusiera de la libertad de moverse libremente. Además, aunque prácticamente Casiopea había logrado integrarse con facilidad, era consciente de que en algún momento ambas necesitarían, quizás, una pequeña dosis de acción.

—Hoy es día de mercado. —La zorra se aproximó tímidamente hacia la cristalera opaca de la ventana, recubierta además con una cortina turquesa precioso—. ¿Irás?

—Quizás la semana que viene. Hoy quiero terminar esto. —La mujer sonrió al sacar de una caja una esfera navideña de cristal—. Todos han sido muy generosos al donarnos esto utensilios.

Con el fin de agasajarla y convencerla de que no se marchase, los vecinos le habían ofrecido algunas de las pertenencias que ya no usaban. La casa, si bien estaba amueblada, había pertenecido a un anciano con problemas mentales que solía lanzar lo primero que alcanzase a coger a quien cruzase por delante de su puerta, dejándola prácticamente asolada.

—Sí... Tengo la sensación de que aquí seremos felices.

**********

Los años pasaron con tanta celeridad que el tiempo se les hizo corto. El costumbrismo se apoderó rápidamente de ellas cual nueva normalidad. Las tareas del hogar, harto olvidadas, pasaron a ser las únicas villanas... Siempre había una mota de polvo esperando a ser limpiada. Por lo demás la monotonía propia de los sitios aislados terminó por enterrar su pasado. 

Rara era la vez en que un Digimon hostil aparecía, y aunque Casiopea sentía el fuego en su interior nunca se dejó llevar por él. Un paso en falso y delataría sus verdaderos sentimientos frente a los demás, algo que era consciente no debía suceder. En cuanto a Youkomon, una vez construyeron el túnel solía realizar escapada nocturnas al bosque, donde de vez en cuando batallaba para que sus músculos no se atrofiasen. 

—Tuvimos suerte de que nadie descubriera nuestra pequeña excavación —bromeó la mujer cogiendo un conejo muerto que le ofrecía su compañera—. Buena caza.

—Cada día que pasa hay menos animales salvajes.

—Algo escuché al alcalde. —Casiopea colocó el conejo sobre una tabla de cortar, sacó un cuchillo de un cajón y con suma frialdad empezó a despellejarle—. Luisa propuso destinar recursos a la crianza en la granja, pero mucho me temo optaran por ampliar el comercio con otras poblaciones.

The Last Stories (Digimon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora