El mechón de un cabello color azul

707 86 2
                                    

Gravity Falls no era un sitio en el cual lloviera demasiado. Mucho menos a mitad de verano.

Aquella noche, después de que ambos mellizos se fueran a dormir, comenzó a llover, primero tenue, un suave repiqueteo en contra de los cristales, como si la naturaleza quisiera arrullar sus dulces sueños y a continuación, el cielo se atestó de truenos y rayos que cruzaban la oscuridad, llenando de luz la habitación.

Las gotas chocaban contra los cristales, pero no rompían la quietud de la Cabaña de los Misterios. Pero ahí, debajo de la cama de Mabel, Pato se retorcía de terror, soltando ligeros chillidos llenos de pánico, provocando que, con sus bruscos movimientos, Mabel finalmente terminara por despertar.

Parpadeó tantas veces como fue necesario para despejar su mente, alejar sus recientes sueños y bostezar tan amplio, que incluso le dolió un poco la quijada. Quitó las cobijas de su cuerpo, y procedió a asomar la cabeza por debajo de la cama.

—Dipper —masculló Mabel, sin quitarle la mirada de encima a Pato—, creo que algo malo le pasa a Pato —alzó la cabeza para mirar a su hermano, que aún se mantenía con los ojos cerrados—. Dipper.

Pero él no abrió los ojos de forma inmediata; Mabel volvió a soltar un suspiro, y obligó a su cuerpo a responder, moviéndose con lentitud para así bajar de la cama. El frío recorrió su piel justo en el momento en que sus pies tocaron el piso.

—Pato —le llamó a susurros, estirando los brazos para invitarlo a reunirse con ella, pero el cerdo rosado pareció negarse.

A las espaldas de Mabel, la puerta soltó un rechinido parecido a un gemido proveniente de un gran sufrimiento, lo cual Pato pareció notarlo, pues su cuerpo ya no estaba arrinconado en contra de la cómoda, sino que salió disparado, evitando los brazos de Mabel de por medio.

Huyó sin dejar más que una puerta rechinante.

— ¡Pato! —gritó Mabel, y sin esperar ninguna indicación, tomó sus botas, y colocándoselas de forma torpe.

Salió corriendo detrás de su mascota, al mismo tiempo que Dipper abría los párpados de un golpe y miraba a su hermana salir corriendo de la habitación, apresurada.

— ¡Mabel! ¡Mabel! —gritó horrorizado, poniéndose los zapatos con torpeza, así como una chamarra para protegerse de la lluvia. Antes de salir del cuarto, tomó el diario casi de forma instintiva y salió corriendo detrás de la pista de su melliza.

Afuera llovía de forma torrencial, apenas y podías mirarte los dedos sin creer que era alguna ilusión óptica. Dipper trató de ocultar sus ojos por debajo de la palma, para observar la silueta de su hermana perderse entre los arbustos, al mismo tiempo que el sonido de los truenos impedía que el niño escuchara a Mabel gritar.

Aferró el diario por debajo de su chamarra, procurando que este no se empapara, y siguió su camino a largas zancadas, tratando de atisbar una figura por entre las gotas gruesas que conformaba la lluvia.

Algo en el fondo de su ser palpitó, obligándolo a volver la mirada hacia su hogar temporal de verano; tenía el presentimiento de que no debía separarse de la cabaña.

— ¡Mabel! —gritó, obligándose seguir adelante. A alejarse por completo —. ¡Mabel, por favor, responde!

Pero fue el sonido de la lluvia chocar contra su cuerpo lo que respondió a sus suplicas. «Mala idea», pensaba Dipper, tratando de no entrar completamente en pánico. «Mala idea, muy mala idea.»

Los zapatos resbalaban contra el mar de lodo, hubo ocasiones en que casi caía de bruces contra la hierba. Y sin darse cuenta, ya había perdido el sentido del tiempo, y parecía que el cielo jamás dejaría de llorar.

— ¡Mabel! —volvió a pregonar. La garganta podría convertirse fácilmente en papel lija—. ¡Mabel!

Tenía miedo de que fuera Bill, de que él tuviera algo que ver en la separación de ambos mellizos. Y tuvo terror absoluto cuando vio al cielo partirse en dos, en destrozarle la mirada, que estaba seguro, había estado enfocada en la tenue sombra de la luna.

Todo pasó tan rápido: escuchó el grito de auxilio de Mabel. Dipper se recordó a sí mismo correr con rapidez entre los troncos, hasta que resbaló por el lodo y su nuca chocó contra la raíz gruesa de un viejo árbol.

Antes de cerrar los párpados por completo, recordó mirar el mechón de un cabello color azul.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora