El mayor temor de Dipper

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Coraline lo escuchó.

Un grito aterrador, que se arrastró por los recovecos de la cabaña, instalándose finalmente en la sala más grande, donde el eco resonó a su alrededor: era Wybie.

Neil volteó a mirarla, con el rostro redondo lleno de terror; Coraline frunció los brazos alrededor del libro, se dio cuenta que no sólo eran los gritos de los chicos los que rompían el silencio, sino que había otra voz, profunda, desgarradora, que simplificó palabras en un tono lleno de malicia.

— ¡Coraline, tenemos que hacer algo! —Gritó Neil, en un ataque de pánico que coloreó su rostro de un tono ceniciento.

Tenían que hacer algo, pero ¿qué? Las escaleras estaban fruncidas, no lograrían subir a tiempo, sin correr el riesgo de que la madera cayera irremediablemente al suelo. Tampoco existía alguna trampilla por la cual se deslizarán.

¿Qué? ¿Entonces qué podía hacer?

—Debemos llegar hasta ellos —decidió finalmente, y dirigió sus pasos hacia la salida de la cabaña, mientras Neil balbuceaba a sus espaldas.

— ¡Coraline! —Chilló. Sus nervios aumentaron a medida que el grito de Norman subía de volumen, al igual que el de Wybie.

La peliazul hizo caso omiso; sostuvo el libro fuertemente entre sus brazos, un presentimiento le susurraba que no podía dejarlo atrás, y por fin encontró lo que estaba buscando: un tronco viejo, cuyas ramas retorcidas se enroscaban, palpando la muerte entre sus raíces.

Una de las ramas de aquel viejo árbol rozaba una de las ventanas del corredor por donde habían pasado sus compañeros: una entrada, una posible salida.

—Espera aquí —indicó, con tono autoritario, al mismo tiempo que subía con rapidez el tronco, sosteniendo difícilmente el libro con una mano—. Yo iré por ellos.

— ¡¿Cómo lo harás?! —Farfulló el gordinflón, mirando a todas partes—. ¡No podrás subir con ese libro! ¡Es peligroso!

— ¡No hay tiempo, Neil! —La voz de Coraline fue dura, acusatoria, y el niño se limitó a asentir con la cabeza, aceptando el plan de su acompañante.

El tronco estaba muerto. Lo sabía por la forma en que las astillas rasguñaban la piel de los dedos, enganchándose en su ropa, pero no fue impedimento, las ramas eran tantas que ella pudo deslizarse entre las mismas, subiendo como escaleras hacia el cielo.

Hubo un momento en que estuvo a punto de caer al suelo. La altura era suficiente para que alguien pudiera romperse algún hueso, así que la niña tuvo que poner todo su empeño en lograr subir, hasta que las ramas fueron acortándose, dando paso a las que rozaban con las puntas el cristal de la ventana

—No pasa nada —masculló para sí misma, y antes de saltar, miró hacia atrás.

Neil esperaba a las faldas del árbol, con los brazos abrazando su cuerpo. Coraline esperó —con todo fervor— que no existiera alguna criatura en el bosque que se arrastrara tras el chico en su ausencia.

Respiró hondo, y saltó, profiriendo un grito lleno de valentía ─combinada con terror a una posible caída— y tuvo que colocar los brazos frente a su cabeza, destrozando el cristal amarillento.

Una entrada estruendosa, a decir verdad, que terminó por salvar a los dos niños, que contuvieron el aliento dentro de la habitación, mientras la peliazul soltaba un sonoro quejido, y comenzaba a levantarse de entre los cristales, sacudiéndolos de su ropa.

Al alzar la mirada, pudo observar el origen de los gritos: Dipper Pines flotaba en el aire, y eso no era lo extraño ─o considerable─ sino que una aureola contraía su presencia, y destacaba los ojos amarillos parecidos a los de un gato.

Sonrió.

Coraline deseó que no lo hubiera hecho, pues donde debía haber molares redondos, todo estaba en punta, como observar el hocico de un cocodrilo.

Tanteó, dando un paso hacia atrás, con los brazos temblando. Ella odiaba temblar ante alguien.

— ¡Coraline, vete de aquí! —Norman gritó, y se escucharon sonidos de alguien deslizándose por el suelo, rasguñando la puerta—. ¡Vete, estaremos bien!

— ¡Es Dipper! —Gritó Coraline, no sabía si lo estaba afirmando o haciendo a modo de pregunta, pero eso fue lo de menos.

Dipper se volvió por completo hacia ella, dando la espalda a la puerta donde los niños estaban encerrados.

—Coraline Jones —su voz tintineante se filtró entre sus huesos, haciéndola temblar como marioneta—. Al fin tengo el gusto de conocer a la criatura que destruyó a la bruja.

Tragó saliva. El cuerpo flotante fue acercándose a ella. Norman gritaba a las espaldas de Dipper, exigiéndole que se fuera, y tras el cristal roto, Neil preguntaba a gritos qué estaba pasando.

El único que guardaba silencio era Wybie.

— ¿Qué...QUÉ LE HAZ HECHO A DIPPER? —Exigió, entre gritos, dando un paso hacia enfrente. No podía darse por vencida.

—Su peor pesadilla ─sonrió, socarrón, y a sus espaldas surgió la flama azul chispeando cual serpientes.

Recordó que Bemus Argus había rozado con sus garras el cuerpo del gemelo, y tuvo que contenerse a gritarle a Neil que entrara inmediatamente a la casa.

Lo comprendió, y el miedo atenazó el corazón, volviéndose poco a poco más fuerte que la valentía que inundaba su naturaleza; Bemus Argus podría estar entre los matorrales, observando, acechando el noble corazón del pelirrojo.

Tenía que hacer algo, o todo estaría perdido.

— ¡Cállate! —Gritó la niña a la nada. Pero Dipper reía entre dientes, como fuertes carcajadas que desbocaron su corazón.

El cielo —que había estado grisáceo— se tiñó de negro, tan repentinamente como una ventisca en verano, y los ojos amarillos fueron palpables en la oscuridad. Pero eso no era lo único, sino que una luz se filtraba por entre la puerta que había estado custodiando.

Los ojos de Norman como de Wybie observaban. Coraline intuyó que el silencio de Wybie era respuesta a que estaba formulando un plan de escape.
Si salían seguramente Dipper los destrozaría.

—Detestas tener miedo —susurró la voz maliciosa, flotando hacia ella—. No te gusta la debilidad.

Los ojos abiertos de Coraline estaban en peligro de cerrarse, cediendo al desmayo, pero otra luz surgió de la oscuridad, proviniendo del libro que yacía justo frente a ella.

La tapa cambió, se tiñó de color parecido a la sangre coagulada ─dejando atrás el café cobrizo─ y el número de la tapa se convirtió en un "0".

Las páginas amarillas brillaron, volviéndose del papel pergamino, y un viento inexistente las revolvió, en abanico, hasta que se detuvieron justo en páginas cercanas al corazón del tomo.

Coraline se apresuró a recogerlo, bajó la inquisidora mirada del intruso.

— ¿Crees qué eso va a detenerme? —Soltó una frívola carcajada─. Debes estar desesperada para al menos intentarlo.

— ¿Por qué no cierras de una maldita vez la boca? —Replicó la niña, tomando el lomo entre sus manos.

El título venía escrito en un extraño idioma, pero su inconsciente lo comprendió, e ignorando la voz burlona —que fue convirtiéndose en susurros amenazadores, e incluso negociaciones— comenzó a pregonar la lectura, entre gritos que rompían el viento que irrumpía por el pasillo.

Era algo parecido a un poema, incluso a una pequeña canción, que mientras avanzaba, del cuerpo de Dipper Pines comenzó a fruncir, y doblar de forma antinatural los miembros.

El grito final salió de entre sus labios ─una maldición─ y, todavía replicando palabras extrañas y de sabor pegajosa, el cuerpo de su compañero cayó al suelo en un golpe sordo.

Las páginas dejaron de brillar, lo último que vieron del mayor temor de Dipper Pines fue un ojo dentro de una figura triangular, que desapareció en un vaho.

El libro se cerró de un golpe sobre sus brazos, y Coraline cayó de rodillas, mientras oía los pasos presurosos de Neil resonar en la sala de estar, preguntando entre gritos si todo estaba bien.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora