Wybie Lovat

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Norman echó a correr.

Alguien gritó su nombre a sus espaldas, pero el niño no se detuvo, ni siquiera cuando Neil alzó la voz por encima del estruendo de la lluvia, para decirle que esa era una mala idea.

No se dio cuenta que Coraline le seguía, hasta que miró sobre el hombro y vio a la niña corriendo a máxima velocidad detrás de él, esquivando las ramas que le estorbaban en el camino, apartándolas con severos golpes, sin perder de vista el rumbo del muchacho.

— ¡Norman! —gritó. Era impresionante la forma en la cual lograba no caer de bruces contra el suelo, que estaba tan fangoso, que incluso los pies de Norman se hundían en él, como si tratara de tragárselo a toda costa.

— ¡Regresa! —respondió Norman, volviendo la mirada hacia enfrente.

Todavía podía ver su aura, recorriendo los troncos, llamándolo. Ese monstruo de rostro extraño, de cuerpo desfigurado, algo parecido a lo que se llamaría monstruo en la ciencia ficción, nada comparado con lo que Norman había visto en sus múltiples películas de terror.

No lanzó un grito desde el fondo de su alma al mirarlo, porque eso era determinar que tenía el miedo suficiente para rendirse; lo que más le atemorizó fue que carecía de corazón.

En ese cuerpo larguirucho, extraño y sin forma, con hilos que parecían ser su piel raída, descolorida por el pasar del tiempo, justo en el sitio donde debía encontrarse el corazón, en su lugar se encontraba un muñón de carne putrefacta, trenzado en forma de puño que pendía de unos pares de hilos, como si de telaraña se tratara.

Nada parecido a los muertos vivientes que lo acosaron tiempo atrás.

Tragó saliva, sintiendo la lluvia tratando de detenerlo, pero el aura seguía cerca, serpenteando entre los troncos, y las pisadas fuertes de Coraline a sus espaldas lo ponían más nervioso, haciendo que su corazón tamborileara con fuerza, tanta que podía sentirlo en la boca del esófago.

¿Por qué era tan insistente para seguirlo? ¿Por qué no daba media vuelta y lo dejaba ir solo a investigar?

Se enfadó. Con ella, con él, con esa criatura, de la cual estaba seguro, los arrastró a ese bizarro lugar para comérselos: un grupo de niños con historiales dudosos.

— ¡Norman, no hagas tonterías! —volvió a gritar Coraline, con voz puntiaguda, crispándole los nervios.

Antes de que el pudiera replicar, entre gritos llenos de tensión que se largara, la estela desapareció o, mejor dicho, se detuvo en lo bajo de un árbol tan grande que parecía rozar el cielo quebrado con la punta de las ramas.

El árbol estaba seco, carecía de hojas que se menearan con el viento, y la estela se clavó justo en el sitio donde podría encontrarse el corazón de éste, si es que fuera un ser humano.

Norman siguió corriendo, sintiendo las piernas temblarle. Segundos después se dio cuenta que ese árbol se parecía al de ella, y por un corto instante su alrededor se vio iluminado con rayos tan tenues de Sol, que se sintió flotar por encima de los charcos de agua, mirándola sonreír hacia él.

Eso duró en el mundo real alrededor de unos 10 segundos, antes de que sus piernas volvieran a pisar el suelo, resbalándose. Norman soltó un grito cuando sintió el cuerpo caer al lodo, empapándose la ropa.

De la oscuridad del árbol, salió una sombra alargada que se acercó a Norman con pasos amenazantes, y Norman tanteó entre la suciedad, para por fin encontrar un palo alargado, que estrechó con fuerza y lanzó el primer ataque hacia el desconocido, desesperado.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora