La cueva

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Cuando el chico abrió los ojos, Coraline Jones lo miraba fijamente. Y se habría echado a reír al ver la reacción del otro, que soltó un grito ahogado. Pero ni siquiera sonrió, sino que volvió la mirada hacia sus otros acompañantes. ¿O compañeros de aventuras? No lo sabía, lo único que podía asegurar hasta el momento es que todos estaban envueltos en el mismo problema.

Había sido difícil encontrar un sitio seguro donde estar mientras el intrigante clima de afuera lograba estabilizarse, y mucho más complicado caminar a través de una oscuridad inquietante, cuidando que tus pasos fueran tan seguros y precisos, para saber que al siguiente que dieras no te estamparas contra el suelo.

La cueva fue una de sus mejores opciones, aunque era gélida ─pero menos que el exterior─, Coraline sabía que era lo de menos. Al menos sabían que podían tener un sitio al cual correr en caso de encontrarse con alguna clase de peligro ─que seguramente existía.

Norman yacía sentado en un rincón de aquella cueva, justo al lado de Neil, que permanecía en silencio y claramente meditabundo, tratando de conciliar el sueño. La niña sabía que aquella travesía apenas era el inicio, pero no quiso decir nada, ni siquiera brindó una explicación cuando Norman alzó la mirada, para entrelazarla con la suya.

Coraline la retiró rápidamente, frunciendo el entrecejo, y devolvió su atención al nuevo novato del pequeño grupo; lo habían encontrado a unos metros de su nuevo refugio, y se percataron de su existencia por el sonido alarmante de lluvia caer contra las rojas y un grito tan escandaloso, que todos en el interior creyeron que había llegado su fin.

Fueron Norman y Coraline quienes se aventuraron para buscar una explicación a tal lamento, y lo habían encontrado ahí, tirado en el suelo, hecho ovillo mientras susurraba un nombre por lo bajo.

"Mabel".

—Mi hermana —tartamudeó el niño con desesperación, tragando de forma deliberada saliva—, ¿no...no la han visto?

Sus ojos rogaron por alguna respuesta, y vacilaron entre el rostro de Coraline hacia el de Norman y Neil, que se mantenían al margen de la situación. Nadie respondió por un largo momento, hasta que Coraline decidió romper la tensión:

—Fuiste el único al que encontramos allí afuera —respondió la chica, acuclillándose frente a él—. Antes de que el cielo volviera a partirse.

Silencio.

Después el roce de tela contra la áspera roca. Cuando se percató Coraline, Norman ya estaba acuclillado a su lado, mirando al niño fijamente; Neil permaneció en su rincón, dormitando.

—Soy Norman —añadió el niño, quizá para normalizar un poco la situación—. Él es Neil —señaló a su amigo dormido—. Y ella es Coraline. ¿Y tú?

A Coraline le sorprendió que el niño recordara su nombre. Aunque fue solo un momento, porque supuso que esa acción no era la gran cosa, de todas formas, qué más se podía hacer sino recordar los nombres de tus compañeros de una muerte próxima.

—Dipper —se limitó a responder, atrayendo las piernas hacia él, así como lo que parecía ser un libro, acunándolos entre sus brazos—. Debo encontrar a mi hermana, Mabel.

¿De dónde había salido tal libro?, se preguntó Coraline pero no se atrevió a gesticular la pregunta en voz alta. Dipper parecía afligido, cansado y su cuerpo no podía dejar de tiritar.

—Deberías dormir —susurró la muchacha como respuesta, propinándole unas suaves palmadas en el hombro y sonriéndole con suavidad—. Sigue lloviendo. De nada serviría salir a buscarla cuando el agua puede ahogarte ahí afuera.

Dipper ni siquiera respondió, simplemente recargó la espalda contra la fría piedra y cerró los ojos, sin dejar de fruncir con fuerza los labios.

El gato interrumpió, entrando por un recoveco de la cueva, sacudiendo su pelaje para retirar parte del agua de su cuerpo. Se acercó a Coraline, corriendo, y le miró directamente a los ojos, lo que no le dio buena espina.

Si estuvieran en el mundo de la Otra Madre, le habría entendido por medio de palabras, pero ahí, en el frío del bosque y el silencio de lo sobrenatural, Coraline interpretó su mirada como advertencia.

Casi podía escucharlo decir:

"Hay algo ahí afuera. Algo que los está buscando."

— ¿Qué pasa, Coraline? —preguntó Norman, y su voz parecía estar quebrándose.

Ella se volvió a mirarlo: sus ojos estaban hundidos, acompañados por unas ojeras de un tamaño colosal. De repente Norman soltó un grito que hizo saltar a Neil, pero que no despertó a Dipper.

Se levantó de un brinco, y tomó del brazo a Coraline para que lo imitara. La niña no sabía qué estaba pasando, mucho menos sabía por qué Norman la había tomado entre sus brazos, para después apartarla con cierta brusquedad. Neil, que acababa de despertar, se apresuró a gesticularle preguntas a Norman, que todavía parecía nervioso.

— ¿Qué viste? —preguntaba Neil, nervioso y temblando de arriba abajo. Algo le decía a Coraline que esa noche no dormiría más.

—Una sombra —susurraba Norman, crispado —. Una enorme sombra que tenía rostro.

Ni siquiera se molestó en replicarles que era una tontería, pues a los segundos, sintió como la piel se le erizaba, y el gato, unos pasos por delante de ellos ─al lado de Dipper─ chasqueaba sus dientes y mantenía los pelos en punta.

Él había ido a visitarlos.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora