El que podía ver fantasmas

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Bemus Argus se acercó despacio, casi sin hacer ruido, pero el animal a sus pies no dejaba de erizar la piel, lanzándole zarpadas al aire.

Él ni siquiera se inmutó. Siguió caminando, con la lluvia chapoteando a sus espaldas, y algunos rayos rompiendo la oscuridad. Pero no temió a la luz, porque aquel sitio estaba lleno de oscuridad.

El más gordinflón de todo el grupo era el que más temblaba. Seguramente sentía su presencia, gélida, caminando a su alrededor, acechándolo, observándolo con detenimiento. La chica de cabello azul tragaba saliva de forma deliberada, intentando no entrar en pánico mientras que ─por primera vez en su mundo─ temblaba.

Solamente uno de ellos parecía realmente no temblar de pies a cabeza, aquel muchacho delgaducho, cuyo corazón latía acompasado, tratando de reprimir el terror absoluto que le impartía su presencia.

Nadie podía verlo si él no lo permitía. Él era la oscuridad, las noches en vela, las pesadillas acechantes a través de la ventana. Era el miedo convertido en un ser espeluznante.

Colocó con suavidad la palma sobre la pared rocosa, provocando que surgiera hielo entre las grietas. Iba a congelarlos, enfriarles el alma y arrancarles el corazón, pero antes de que el hielo les alcanzara, el otro niño fue más rápido.

Gritó algo parecido a una advertencia, y los apartó a todos de un golpe brusco. Nadie se quejó, sino que todos lo miraban con la gran pregunta en sus aterrados ojos infantiles.

Bemus Argus dio otro paso hacia ellos. Él podía mirarlo, se dio cuenta cuando sus ojos le siguieron, observando los movimientos de sus garras, que arañaban el cristal de la pared, advirtiendo de su estadía en su supuesto lugar seguro.

Así que él era el niño especial, el que podía ver fantasmas. El que podía ver a Bemus Argus en su verdadera forma material, sin ser disfrazado por algún temor o angustia.

Se preguntó por qué no gritaba al mirarlo. Bemus Argus era la representación pura del terror humano.

—Norman —masculló el gordinflón. Sus pantalones estaban mojados.

Los nombres tenían poder. Por eso eran pocos los que sabían el suyo; al percatarse, mirando sobre el hombro, al mellizo en soledad, aferrado a sus brazos, una idea fugaz cruzó por su semi-conciencia.

Su naturaleza fue más fuerte que las ganas irremediables de asesinarlos.

Salió hecho una ventisca, rompiendo nuevamente el cielo, provocando un torrente de rayos que de manera inevitable chocaron contra las puntas de los más altos árboles, iluminando la oscuridad perpetua.

Pasó tan cerca del niño ─que aferraba un libro entre sus brazos─, que pudo obtener su mayor angustia y su peor temor. Sonrió. Y la sonrisa de Bemus Argus provocó que Norman abriera los ojos, echándose a gritar hincado sobre el suelo.

Mientras el cielo seguía partiéndose a la mitad, prediciendo una futura catástrofe. 

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora