La Otra Madre

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Coraline fue en lo primero en lo que pudo pensar: la Otra Madre. No podía equivocarse, mucho menos con esas patas saliendo de ese minúsculo cuerpo, y las cuencas de los ojos convirtiéndose en un par de botones negros. No lo entendía, daba por hecho que aquel mundo no había sido manufacturado por sus manos, pensó que quizá se había equivocado de forma fatídica y siniestra, ¿pero cómo?

Todos sus pensamientos racionales se nublaron, lo siguiente que escuchó fueron gritos: Agatha se levantó entre sus múltiples piernas, la mirada suave de sus ojos había desaparecido, siendo sustituida por una mueca. De su pecho asomaba pedazos de relleno e hilos colgantes, su cabello incluso tomó la textura de estambre sucio y putrefacto.

Mabel gritó tras de ella, Dipper salió a su rescate.

─ ¡Sácalos! ─Gritó Coraline a Wybie, rogándole con la mirada.

Neil corría en dirección a Norman, que yacía en el suelo, seminconsciente.

─ ¡Yo me quedo! ─Espetó Dipper Pines, acomodándose la gorra sobre la cabeza, parecía decidido. Coraline ni siquiera se atrevió a contradecirlo, simplemente asintió con la cabeza.

─ ¿Qué haremos? ─Chilló Neil, arrastrando a su mejor amigo entre sus brazos.

El tinte muerto de su rostro no había desaparecido, y el ritmo de su corazón era considerablemente bajo, tanto como para poder detenerse de un soplido y jamás volver a respirar.

─ ¡Llévalo con Wybie y Mabel! ─Explicó Coraline, señalando hacia el fondo del bosque.

El gato maulló hacia el par de niños para que le siguieran.

Agatha alzó la cabeza del suelo, frunciendo deliberadamente los colmillos ─que habían sustituido a sus dientes─ y chilló con tal fuerza que los tímpanos de todos los niños les dolieron. Todos creyeron que el interior del bosque sería seguro, pero no contaron con la risa temible que el demonio propagó entre la espesura de las hojas, subiendo de volumen, embargando el cielo de gritos pidiendo clemencia.

Si los días anteriores habían sido una pesadilla, entonces aquel podía ganarse el trofeo; hambrientos, con los ojos cansados y el corazón martilleándoles con fuerza, ¿qué podía esperarles sino era la muerte instantánea? Dipper sacó nuevamente su diario, revolvió las miles de páginas de su contenido, en busca de algo que Coraline desconocía.

Wybie gritó a sus espaldas y cuando ambos niños voltearon, observaron el cuerpo de Norman corriendo a su dirección, tanteando, a punto de caer blandido contra el suelo.

─ ¡No lo hagas! ─Gritó Coraline.

─ ¡No te acerques! ─Chilló la criatura que simulaba ser una araña.

Su rostro volvió a tornarse a la normalidad: los ojos suaves de Agatha miraban al castaño, implorándole en silencio, mientras miles de hilos le trepaban por la espalda y las "piernas", enredándose en su carne.

─ ¡Norman, por favor, ya no puedes salvarme! ─Imploró nuevamente Agatha, y dirigió hacia el niño y rayo que surco la tierra, partiéndola en dos─. ¡No puedes, no lo hagas!

Agatha estaba tratando de salvarlo, pero Norman brincó por encima del borde y siguió corriendo. Neil gritaba su nombre, mientras Mabel parecía tomarle de la camiseta para que no corriera en su auxilio.

─ ¡No les hagas daño! ─Gritó Norman. Su voz era tan rasposa que erizó la punta de los vellos de la peliazul─. ¡No le hagas daño!

¿A quién se estaba refiriendo?

─ ¡DIPPER! ─Exclamó Coraline, tomando al niño de la mano─. ¡¿Tienes algo ahí que pueda ayudarnos?!

Agatha gritó nuevamente, Norman cayó al suelo de un golpe. De la tierra comenzaron a surgir innumerables de ratas de todos los tamaños y colores. Y sus dientes sobresalían del hocico como colmillos.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora