La Cabaña

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Cuando dieron sus primeros pasos al interior del viejo establecimiento, Wybie sintió como un escalofrío trepaba por su espalda, internándose en lo más hondo de su piel; no dijo nada, siguió caminando, pero el gato que caminaba a sus pies percibió su temor, y mirándolo con esos enormes ojos color azules, el muchacho se limitó a observarlo, mientras sus compañeros le seguían de cerca, inspeccionando.

En realidad, no había sido gran casualidad haberse encontrado aquel sitio inhóspito.

Claro, él ─como siempre─ había ido a explorar los alrededores mientras los demás mantenían una célebre conversación sobre la amistad y la unión entre los niños, para lograr salir de ese tenebroso lugar. Wybie no escuchaba lo que ellos decían, sólo se limitó a seguir caminando, con pasos suaves entre las hierbas secas, y removiendo troncos, siguiendo unas extrañas pisadas ─no del tamaño convencional de un niño de aproximadamente 14 años─ la encontró.

No hubo tiempo para regresar corriendo a darles aviso, pues su sentido aventurero lo impulso a seguir caminando, a pesar de las protestas del gato. Y descubrió que la fachada no era más que un disfraz para lo que guardaba en su interior, en silencio.

Ahora, cuando todos entraron en conjunto, eliminó ese aire sombrío, haciendo desaparecer la sensación de temor del niño; miró sobre sus espaldas: Coraline fue la primera en rozar con la punta de los dedos los objetos, y a juzgar por su mirada perdida, Wybie pudo deducir que posiblemente aquel sitio le recordaba a "ese" que visitó tiempo atrás, gracias a la Otra Madre.

Aun pensar en esa mano trepando por su cuerpo le producía pesadillas.

El niño con mejillas redondas y cabello abultado, se dirigió hacia lo que parecía ser un pequeño hueco donde encendían la fogata, comenzó a remover las cenizas con un palo largo, sin decir nada al respecto de la cabaña. Entre todos ellos, a Wybie le dio curiosidad saber la reacción del chico de cabellos parados: solo miraba, con ojos vidriosos, pero tampoco dijo absolutamente nada.

No sabía si interpretarlo como una buena señal.

─Vaya que eres bueno encontrando sitios que parecían perdidos ─replicó Coraline, esbozando una sonrisa bobalicona, y se acercó a él.

Wybie se dio cuenta que Dipper miraba con aire cauteloso el interior de la cabaña, aferrando el libro entre sus brazos.

─Es mi especialidad ─se limitó a contestar, continuando con su caminata.

La cabaña se reducía a la planta baja y el primer piso, cuyas escaleras para lograr alcanzarlo daban un aire de advertencia, como diciendo: "Tú no deberías subir aquí". Y era claro que ellos no deberían estar ahí, pero Wybie no solía dejarse llevar por su sentido de supervivencia, a menos que alguien cercano a él estuviera para decirle: "Es una tontería".

Se abalanzó hacia los escalones, y con pasos pardos, dio brincos entre los pedazos, guardando un total equilibrio, mientras abajo, Coraline y los demás contenían el aliento.

─Pero, ¡¿qué estás haciendo?! ─Gritó Coraline, en tonto autoritario, pero Wybie estaba tan acostumbrado a escucharla gritar, que siguió como si no pasara absolutamente nada.

Un paso, dos pasos. Saltar. Tratar de no caer. El gato maullando. Norman mirándolo con ojos abiertos de par en par. Wybie tuvo que dar un gran salto de gacela para alcanzar el piso de arriba, aferrándose a la madera astillada ─gracias a su mala manía de traer guantes en todo momento─, y trepó como gato, dejándose caer, victorioso, sobre el piso.

─ ¡¿Acaso este chico tiene tendencia a suicidio?! ─Gritó Dipper. En verdad parecía nervioso.

Wybie tomó fuerzas para levantarse. Debía admitir que el piso, bajo sus pies, se sentía a punto de destrozarse; los demás solo se limitaban a observar, o susurrar entre ellos. El único que se mantenía vigilante era Norman.

Dipper siguió los pasos de Wybie, dejando el libro entre los brazos de Coraline, pero el muchacho moreno no espero a que llegara: dio media vuelta, internándose por el viejo pasillo que conducía a una serie de habitaciones, cuyas puertas, o estaban destrozadas, o la puerta permanecía tan dura y gélida, que ni siquiera el cuerpo de Wybie ejerciendo sobre ella podía mover.

Se escucharon pasos acercarse, cuando él miró por encima del hombro, observó a Dipper, acompañado de Norman.

"Vaya compañeros que me han tocado", pensó internamente, pero no dijo nada, solo ladeó los labios en una mueca de disgusto, y continuó caminando al fondo del pasillo.

— ¿Sabes que está ahí, verdad Wybie? —Norman tenía una voz que podías escuchar de un niño de 7 años, que acaba de encontrar un monstruo en el armario.

—Define "estar" —Replicó, mirándolo de refilón.

—Que hay algo aquí —respondió Dipper, cauteloso, ajustándose la gorra en la cabeza—. Éste sitio...me recuerda...

Titubeó. No por la razón de no querer terminar la frase, sino porque se escuchó un golpe seco al final del pasillo, en un rincón, proveniente del interior de la habitación vacía, de la cual, la puerta yacía destrozada en el suelo, como si un par de uñas afiladas se hubieran internado en la madera rasgando desde dentro.

Wybie dio un paso hacia atrás, que hizo que su cuerpo chocara contra el de Norman, que parecía no estar dispuesto a retroceder. ¿Y él era entonces el que tenía tendencia suicida?

—Bien —replicó Wybie, entre dientes, y el gato apareció de repente, provocando que Dipper pegara un brinco del susto, pero él no se detuvo.

Sus pasos eran los únicos que rellenaban el silencio —ya ni siquiera escuchaban las suaves voces de Coraline y Neil en la planta principal—, se dio cuenta que entre más avanzaba, sentía que el cosquilleo en el cuerpo aumentaba, advirtiéndole de un posible peligro.

—Wybie —su nombre salir de la boca de Norman era como hacer sonar un maleficio—, yo que tú... —Dio unos pasos hacia él, apresurándose.

Pero ni siquiera la punta de sus dedos alcanzó a rozar su chaqueta: el grito de Dipper hendió el aire, atravesándole los pechos, instalándoles temor; ambos muchachos volvieron rápidamente la mirada hacia el niño de cabello castaño, justo para observar que los ojos de Dipper Pines estaban rodeados de una luz tenebrosa.

Aniquilante.

Y el grito se detuvo, para dar paso a una risa proveniente de lo más hondo de la garganta.

—Sus ojos —oyó mascullar a Norman, pero no hizo falta más palabras.

Porque Wybie lo vio por los suyos: Dipper abrió los párpados, y en donde deberían estar pupilas humanas, en su lugar se encontraban unas perfiladas, alargadas, parecidas a las de un gato pardo, y en conjunto con su risa —que seguía resonando en la cabaña—, Dipper parecía algo cercano a un demonio.

Sus piernas pudieron mantenerse clavadas contra el piso, pero el instinto de supervivencia fue más fuerte. Jaló del brazo a Norman, tirándolo tras de él, y corrió directamente hacia la primera habitación que mantenía la puerta casi intacta.

Golpeó con el hombro. A su lado, Norman seguía mirando hacia Dipper, que parecía estar flotando por encima del suelo, y el moreno tuvo que implementar más fuerza para lograr abrirla.

Pasaron los segundos. El cuerpo flotante de Dipper se aproximaba hacia ellos, y había comenzado a hablar con una voz estridente y chillona. Wybie estuvo más o menos consciente cuando escuchó su hombro tronar, pero la puerta cedió, apartándose de su camino, dejando a los niños caer sobre el suelo.

Norman reaccionó. Se arrastró por el suelo, cerrando la puerta con los brazos, y Wybie respiró hondo, tratando de amainar el dolor del hombro; los golpes del otro lado de la madera fueron aterradores, ambos lograron arrastrarse, acercándose hacia la abertura de la ventana. Wybie sentía como si el corazón se le fuera a escapar en cualquier momento, pero trató de no soltar un grito lleno de terror. Aunque la voz que procedía de la garganta de Dipper, estaba seguro, iba a acompañarlo en sus futuras pesadillas.  

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora