Mystery Kids: Bemus

La muñeca de papel

Sino era ese monstruo el que iba a matarlos, entonces Neil estaba completamente seguro que entonces sería el hambre.

Si guardabas el debido silencio, podías escuchar el eco de los estómagos de los niños gruñir por lo bajo. Además, Neil sentía como la garganta le raspaba, lastimándole la lengua. El agua igualmente era un elemento que necesitaban.

No le apetecía la idea de morir por deshidratación. Mucho menos tan lejos de su hogar, pero cuando miraba a sus compañeros, notaba por las ojeras que colgaban debajo de sus ojos, que no aguantarían otro día sobrellevando esa serie de eventos paranormales; a Neil no le molestaba el hecho de estar en un bosque desconocido, cuya superficie estaba dotada de demonios o monstruos. Lo único que deseaba con fuerza era tener algo para comer, sentir nuevamente el calor de su hogar y la sonrisa de su madre por las mañanas.

¿Ellos estarían pensando en todos? ¿Los padres de cada uno de los integrantes de ese minúsculo grupo?

Neil tuvo miedo. Si lograban algún día regresar a casa, ¿sus papás y su hermano lo recordarían? ¿Lo habrían dado por muerto? El hambre se detuvo, y ocupó en su lugar el temible pánico de ser abandonado, a merced de una criatura de la cual su nombre desconocía además de sus intenciones para cazarlos.

Dipper seguía sosteniendo con fuerza el cuerpo de Mabel. Coraline reposaba su cabeza contra el hombro de su mejor amigo, el cual tenía el rostro coloreado de un tinte rojizo. Más allá, Wybie exploraba los alrededores, con el gato negro pisándole los talones; el chico pensó que si al menos estaba atrapado ahí ─quizá para siempre─ entonces le alegraba de forma extraña estar ahí con todos ellos.

Pero la unión no siempre era lo que mantenía a un grupo vivo.

─Debemos buscar comida ─masculló Norman, como si hubiera sido capaz de leerle la mente y meneó con cuidado a Coraline, para que le siguiera─. No podemos quedarnos en terrero de batalla ─farfulló, levantándose del suelo, ayudando a la peliazul a ponerse de pie.

─ ¿Comer qué? ─Preguntó Wybie, acercándose a los demás─. No hay absolutamente nada aquí.

─Creo que eso resulta bastante obvio ─replicó Coraline, aferrando el libro entre sus brazos, limitándose a encogerse de hombro. Neil pensó que el color había abandonado sus mejillas─. Pero al menos tenemos que intentarlo ─susurró, dirigiendo la mirada hacia donde los mellizos reposaban en silencio.

Mabel todavía no despertaba del sueño.

─Sí ─confirmó Neil, asintiendo con la cabeza de forma feroz.

Wybie fue el primero en acercarse a ellos. Colocándose en cuclillas, murmuró palabras suaves que parecieron reconfortar al mellizo ─que con gesto solemne, tratando de ocultar las lágrimas que aun corrían por sus mejillas─, le entregó el cuerpo de Mabel al moreno, quien a su vez la cargó a su espalda, colocándola sobre ella de un movimiento suave ─parecía pesar como papel.

En silencio, con las hojas crujiendo debajo de los zapatos, abandonaron el sitio, que en vez de parecer un campo de batalla, era algo semejante a un sitio donde una bomba había explotado.

Neil tenía el presentimiento que ninguno de ellos sabía exactamente hacia donde se dirigían, sus pasos eran vacilantes e inseguros. El cansancio los hacía torpes, soñolientos y con ganas de dejarse caer al suelo estéril y olvidarse así de que existían; Norman lideraba la caminata, Wybie se mantenía en el centro en guardia con su gato. Dipper y Coraline permanecían en la retaguardia, mascullando entre ellos por lo bajo.

El cielo seguía pareciendo una mancha de pintura gris en el horizonte. El niño a veces se esforzaba por volver la mirada hacia el cielo, y reiterar que la oscuridad no los estaba persiguiendo, pero aunque éste no reaccionara de tal forma, podían sentir un frío penetrante que atravesaba sus abrigos. Incluso hubo un segundo en que todos contuvieron el aliento, y sentían al unísono el escalofrío treparle por la espalda, resguardándose en la punta de su cuello.