El Bosque

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Coraline surgió de entre las malezas. La chaqueta se balanceaba con el viento y en su cabello azul yacían pedazos de ramas, que le hacían lucir una enredadera que se entrlazaba por sys mechones.

Los apartó de un manotazo, escuchando los maullidos del gato tras de ella, casi suplicantes, que le crispaban los nervios.

─Calla ya, gato ─replicó. Sin previo aviso, una rama le golpeó la frente, haciéndola soltar una maldición─. ¿Lo ves? No pasa nada, sólo fue... una sensación.

Apartó de un golpe un tronco roído, que salió rodando lentamente, perdiéndose en la oscuridad; arriba de ellos, la luna poco a poco comenzaba a iluminar el espacio, filtrándose a través de las ramas. Coraline sacudió la basura de su cabello, antes de levantar el mentón, en dirección al cielo.

Podía contemplar la luna, en forma de botón, observándola detenidamente desde las tinieblas.

Cerró los ojos, tan fuerte que los párpados le molestaron, y se recordó nuevamente que no estaba ahí, que no se encontraba del otro lado. Sacudió una vez más la cabeza, antes de aventurarse a volver a abrir los ojos: la luna seguía intacta, pero la forma de botón había desaparecido.

─No hay nada ─declaró frente a la persistencia del gato─, ahora volvamos a casa.

El viento silbo, removiendo las ramas y hojas de los viejos árboles. La luz menguó, y los alrededores de Coraline comenzaron a verse difusos; el gato soltó un chillido y su cuerpo se abalanzó contra el de Coraline de un golpe, trepándose entre la tela de su ropa, aferrándose a su pecho.

Entre la maleza, un grito hendió el aire, atravesando inclusive el cielo y la oscuridad de la noche. Un grito cercano a un sollozo, extenuante y doloroso, parecido al de una mujer agonizante, que parecía ─en la imaginación de Coraline─ arrastrarse por la hierba, pidiendo ayuda entre lágrimas.

La peliazul miró su alrededor, con el corazón palpitando con fuerza dentro de su pecho. El grito subió rápidamente de volumen, sacudiendo inclusive el piso. Coraline trató de calmarse, pero el sonido era tan fuerte que se vio obligada a llevar ambas palmas sobre sus oídos, tratando de alguna forma de menguar los lamentos.

Se hincó de cuclillas contra el suelo, sintiendo el frío atravesarle la piel. El grito duró unos segundos más y después fue sólo las maldiciones de Coraline las que se escucharon rompiendo la calma del bosque.

La luna había vuelto a la normalidad, y los troncos ya no tenían un rostro desfigurado en la madera; las piernas de la niña seguían temblando y fue el gato quien la animó a volver a levantarse.

Respiró hondo, su corazón había recuperado sus latidos normales conforme volvía a dar pequeños pasos hacia adelante, con el gato cuidando su retaguardia. ¿Por qué el grito le había erizado la sangre? ¿Qué había sido aquello?

No lo sabía, y realmente no tenía ganas de descubrirlo, pues ahora el bosque parecía peligroso e inhóspito, como si el grito fuera una señal de advertencia, previniendo que no enfrentara aquello con lo cual no podría pelear, al menos no esta vez.

─ ¿Qué demonios fue...? ─Comenzó a maldecir, pero calló inmediatamente.

Frente a ella -a unos escasos metros-, podía escuchar un sonido, suave, como el agitar de las hojas a causa del movimiento de un cuerpo. Justo ahí, detrás de un árbol torcido, comenzaron a escucharse murmullos.

El gato la miró, un largo momento antes de moverse sigilosamente en dirección al arbusto. Coraline tomó del suelo un grueso palo ─que le picó la piel de las palmas─, y lo hendió con fuerza, aproximándose lentamente hacia el posible enemigo.

Los susurros se convirtieron en murmullos, y la piel de su compañero se erizó, alerta, antes de saltar en dirección al arbusto, irrumpiendo entre las hojas.

Coraline corrió con fuerza, soltando un grito de guerra que vibró desde el fondo de su garganta, al mismo tiempo que dos gritos masculinos sobresalían del silencio.

Detrás del escondite, un par de niños saltaron ante el ataque; el niño robusto de cabello rizado se cubrió el rostro mientras las rodillas le temblaban. El otro, de cabello en punta, levantó ambas manos, exclamando:

─ ¡Somos humanos! ─proclamó con tono firme, sorprendiendo a Coraline─. ¡Sólo venimos a buscar... la voz! ─. El niño le devolvió la mirada a Coraline, y algo en el fondo de sus ojos brillo.

Por unos segundos reinó el silencio, pero fue nuevamente el niño quien habló:

─Él es Neil ─susurró, sin dejar de mirar a Coraline, pero señaló a su compañero─. Y yo soy Norman. Creo que estamos un poco perdidos.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora