La imitación de Bill

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Cuando Dipper abrió los ojos, nunca imaginó observar a Coraline con la mirada caída, mientras aferraba el libro entre sus brazos en un gesto de desolación.

A sus espaldas una puerta rechinó y de su interior surgieron dos figuras de niños, cuyos cuerpos pertenecían a Wybie y Norman.

El moreno de cabellos en punta corrió directamente hacia la peliazul, sin siquiera voltear a mirarlo, y Dipper sintió que en cualquier instante su cabeza explotaría a causa del dolor.

Sentía las puntas de los dedos hormiguearle, y una sensación de vacío se desbocaba en su interior, como un remolino sin fondo; trató de levantarse, poco a poco. Sabía que había pasado algo, pero no era consciente de su recuerdo, ni siquiera sabía qué estaban haciendo ahí, exactamente.

Cuando volvió a alzar la mirada hacia sus compañeros, fueron los ojos llenos de temor ─por parte de Coraline─ lo que lo hicieron retroceder, intimidado. Su espalda rozó contra la vieja pared, que soltó un rechino a modo de queja, y trató de recuperar el equilibrio, mientras su corazón seguía latiendo con fuerza al interior de su pecho.

Por alguna razón ─y por la forma en que lo miraba─ le recordó a Mabel, cuando se estaba decepcionada de él. Mabel, pensar en ella le provocaba ganas de soltarse a gritar, ambos habían sido tan impulsivos al salir sin siquiera volver la mirada, y ahora uno de los dos se encontraba perdido, a la deriva.

—No lo recuerdas, ¿cierto? —Preguntó Wybie, rompiendo el silencio y Norman le dirigió una mirada de advertencia, que el moreno ignoró por completo.

— ¿Recordar qué? —Preguntó, con voz aguda, y tuvo que toser para deshacerse de ese malestar en la garganta.

—Que estuviste a nada de asesinarnos —susurró Coraline, levantándose del suelo.

Sus palmas habían temblado tanto, por tratar de sostener el libro, pero cuando su cuerpo estuvo separado del suelo, dicho objeto lo tenía aferrado contra el pecho, como si temiera a que alguien decidiera arrebatarlo. Todo rastro de temblor y debilidad ya habían desaparecido de su rostro, y ahora parecía tener más pinta de estar dispuesta a propinarle un puñetazo en la cara de alguien.

—Bill —masculló Dipper entre dientes, frunciendo el ceño y siguió susurrando—: ¿cómo pudo ser posible?

— ¿Bill? —Preguntó Norman.

Ninguno de sus compañeros se atrevía a dar un paso adelante.

—Un monstruo —reiteró Dipper y pidió con un gesto suave de manos para que Coraline le acercara el libro, quien obedeció con gesto febril, alerta a cualquier movimiento sospechoso—, que habita en Gravity Falls. Es...una larga historia.

Comenzó a pasar las páginas del diario con desesperación.

—No vas a encontrar ahí lo que buscas —replicó Coraline, cruzándose de brazos y Dipper alzó la mirada hacia la niña—. El libro cambió —explicó, bajando el volumen de su voz—. Cuando estabas...poseído, brilló y cambió por completo.

Dipper se apresuró a revisar las anotaciones. Negó con la cabeza, desesperado; los apuntes que había leído con detenimiento a lo largo de los días de verano habían desaparecido, siendo sustituidos por escritos ajenos, dibujos bizarros, y detuvo el pasar de páginas en el corazón del libro.

El dibujo le produjo un escalofrío por todo el cuerpo.

Norman se acercó a él, y observó el dibujo, tragando saliva con fuerza.

—Es Él —susurró el chico, dando un paso atrás, provocando que Coraline asomara sus narices en el libro.

—Quien te rozó con sus garras —masculló la niña, frunciendo el ceño con suspicacia.

—Él es el que provoca las pesadillas, ¿no es así? —Tanteó Wybie, y de forma imprevista ya traía entre sus brazos el gato negro, que se retorcía y olfateaba el aire.

—Quien ocasionó que Dipper se convirtiera en la suya —afirmó Coraline.

Un silencio lúgubre se extendió entre el grupo de niños. Dipper contuvo el aliento. Si esa criatura era capaz de hacerlo encarnar como el mismo demonio, devolviéndole la sensación que había sentido por primera vez, entonces era peligroso.

—Debemos tener cuidado —declaró Coraline, irrumpiendo el silencio—. No queremos otro incidente.

El gemelo Pines sintió la indirecta. Bajó la mirada al antiguo diario. Ahora lo que temía era si el espíritu falso de Bill podría volver a poseer su cuerpo.

— ¡Sé que se la están pasando bien! —Gritó la voz de Neil en la planta baja—. Pero, ¿podríamos buscar algo de comer?

Norman negó con la cabeza, echándose a reír, y fue el primero en bajar de un salto seco, seguido de los demás chicos. Neil parecía entero, observó Dipper, y sonreía de medio lado a todos, incluso a él, a pesar de su corto arrebato.

— ¿Un día de campo en lo desconocido? —Comentó Wybie, con sarcasmo y le propinó un codazo amistoso a su compañera peliazul, que puso los ojos en blanco.

Y Neil se dispuso a contestar con una exclamación, pero su voz fue opacada por un grito proveniente del interior del bosque, escondida entre los troncos.

Dipper sintió que la sangre se le helaba. Las mejillas palidecieron de golpe, y todos volvieron la mirada hacia él —a excepción de Norman, que miraba fijamente al horizonte—. Reconocía ese grito.

Era el de su hermana.

Mabel estaba gritando.

Mystery Kids: Bemus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora