Mystery Kids: Bemus

Coraline Jones

El primer sonido que ocasionó fue como el de mil golpes contra el suelo.

Después el cielo se tornó de un extraño color amarillento hasta convertirse en una masa gris.

El gato fue quien maulló en advertencia. Los párpados de Coraline se abrieron y lentamente, se levantó de la cama y miró en dirección a donde el animal maullaba con tanta insistencia, erizando los pelos de su lomo, presa del pánico.

Se colocó rápidamente las pantuflas, y cubrió su cuerpo con una cobija.

El Palacio Rosa se encontraba en silencio cuando Coraline decidió bajar los escalones ─sigilosa y a la espera del peligro─. La puerta rechinó al abrirse, pero ninguno de sus padres se asomó por el extraño sonido, sino que el recinto mantuvo silencio, como si estuviera conteniendo el aliento.

Cuando salió, el viento removió su cabello, provocándole escalofríos. Habría jurado que alguien le había susurrado en el oído una advertencia, pero ninguno de los dos lo escuchó, sino que fijaron su mirada en el llano, cerca del minucioso camino que conducía hacia el bosque moribundo.

Susurrante, el viento siguió soplando.

Coraline frunció el entrecejo.

Bajó la mirada hacia el gato. El animal pareció intuirlo, porque le devolvió una mirada que ensombreció los ojos de la niña, quien asintió una sola vez con la cabeza, antes de meterse corriendo hacia la casa, con los pies azotando contra el piso de madera.

Crak crak.

Al bajar las escaleras, la chaqueta ondeó y un gélido frío inundó su cuerpo con mayor insistencia. Las botas rechinaron bajo su peso cuando dio el primer paso hacia lo desconocido.

Alguien al interior del Palacio abrió los ojos, con el corazón exaltado y llamó a Coraline a gritos. Pero al bajar, lo único que encontraron fue el corredor vacío, la puerta abierta de un tirón y, en una esquina, un cobija tirada.

Lo último que Coraline sintió ─antes de desaparecer─ fue que la oscuridad la engullía, hasta hacerla desaparecer.