Katniss

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El segundo semestre de mi primer año en ESU se acercaba a su fin en un mes. Un mes. Una semana después del último día de clases cumpliría diecinueve, tenía un trabajo de salario mínimo limpiando una oficina de seguros en el centro fuera de horario, y acababa de engañar al imbécil de mis sueños para tener relaciones sexuales conmigo.

Sí, era un completo desastre.

El dolor entre mis piernas fue lo primero que sentí cuando abrí mis ojos a la mañana siguiente. Lo que inundó mi cabeza con recuerdos de la noche anterior. La mano de Peeta subiendo por mi muslo. Los dientes de Peeta clavándose en la parte de atrás de mi hombro. La polla de Peeta haciéndome venir en su habitación. Me estremecí y presioné mis piernas mientras colocaba
un brazo por encima de mis pechos hormigueantes. Bueno, tuve curiosidad acerca de cómo sería él. Y había apaciguado mi curiosidad.

Pero ahora anhelaba repetirlo.

—Katniss, así se hace —murmuré en voz alta. Qué buena manera para
no sacarlo de mi sistema, e incrustar el deseo por él aún más profundo en mi alma.
Estudiando el techo de mi habitación, solté un lento suspiro. La plancha de yeso se hallaba pintada de blanco y tenía un ventilador de techo de aspecto
delicado colgando directamente encima de mi cama. No existía ni un agujero o ni siquiera una mancha de humedad que se viera a simple vista. Era el mejor techo de la mejor habitación que he tenido. También era mi propio cuarto. No tenía que compartirlo con dos hermanos más pequeños, que rondaban de forma
constante por la noche, y siempre se las arreglaban para golpearme en el rostro con un brazo o un codo.

Era todo mío.

La casa remolque en la que antes vivíamos, en verdad, no podía ni
siquiera ser clasificada como una casa. La mañana en la que llegó Noel a nuestros escalones de entrada y vio cómo sobrevivíamos, nos reunió a los tres y nos mudó a la universidad con él. Desde entonces no volví a ver a mi inútil
madre. Aunque sabía lo mucho que Aspen y Noel se exigían y presupuestaban para mantenernos aquí y cuidarnos, todo lo que tenía en Ellamore era un millón de veces mejor que lo que tuve allá en casa. Mi hermano mayor era mi salvador
personal. Me salvó en más de un sentido al traerme aquí. Y, ¿cómo le había pagado? Me acosté con su mejor amigo. Ahí se acabó mi premio de la hermana del año.
Con un poco de lloriqueo de culpa, cerré mis ojos con fuerza y pasé una
mano por encima de mi frente adolorida. Lo de anoche, me producía un gran conflicto. Creo que sentí todas las contradicciones de un libro. Avergonzada y aun así, emocionada. Asustada por ser descubierta, pero luego totalmente
cómoda por saber cuán bien se sentía el ser sostenida en los brazos de Peeta. Saciada por todo lo que me dio anoche, pero con ganas de más. Ansiosa de verlo otra vez, pero por completo horrorizada por la misma idea. Culpable y eufórica, deprimida pero extasiada, despierta aunque agotada por los pensamientos que colmaban mi cabeza. Sabiendo que podía yacer aquí todo el día, me preocupó sucumbir a un maldito ataque de pánico, así que retiré mis sábanas y salí de la cama. Durante los primeros tres meses de mi estancia aquí, fui un cascarón vacío. No había dejado mi habitación a menos que fuera obligada a hacerlo, y eso fue miserable. No fue hasta que empecé la universidad y conocí a Zoey, a Reese, a Eva y a toda la pandilla de Noel que en verdad comencé a vivir de nuevo. Pero recordaba lo que se sentía el querer enterrarse bajo mis sábanas todos los días, todo el día, y solo venirme abajo. Esa era la razón principal de por qué no me quedaría en cama a pensar acerca de lo que había hecho.

De todos modos ya lo había hecho. Ahora no existía forma de volver el
tiempo atrás. Pero mientras tomaba una ducha y pasaba jabón sobre mí, mi sensible cuerpo no me permitiría dejarlo ir. Jamás lo olvidaría. Mis pechos erectos y mi
centro hinchado con lujuria. No era una gran fanática de la masturbación. Pensé que Sander al
desecharme había matado todo lo relacionado al sexo en mi vida. Jamás me había tocado, no fue hasta que la presencia de Peeta lentamente hiciera que mis deseos despertaran, que lo realicé por primera vez... hace muchos meses atrás. Y la única vez que lo hice fue cuando pensé en él. Como lo hacía ahora. Excepto que ahora sabía lo que se sentía estar con él. Oh Dios. ¿Cómo pudo convertirme en alguien tan desenfrenada? Jamás
sentí necesidades así de fuertes antes de que apareciera. Me gustaba, pero también me asustaba. ¿Qué si me convertía en mi madre quien ignoraba a sus propios hijos a favor de encontrar a la siguiente polla para que la llenara? ¿Qué si...?
Demonios. Que me gustara tener relaciones con un chico no me convertía en mi madre. Tocarme en la ducha no me convertía en mi madre. Presioné mi espalda contra la pared de la ducha y me froté con una mano mientras pellizcaba un pezón hinchado con la otra. El agua corría por encima de mí y pretendía que eran sus manos, tocándome en todas partes. Solo cuando mis muslos temblaron y mi coño se apretó, preparándose para venirse con fuerza, un puño golpeando la puerta del baño borró mi éxtasis.

Perfecto Y Casual.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora