Peeta

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No tenía idea de qué comprarle a un niño de un año, pero ese sábado por la tarde entré en el patio trasero de Finnyck con lo que parecía el juguete masticable de un cachorro. Tetas de Leche me había insultado hace unos meses, cuando dieron una fiesta de cumpleaños para su hijo. Me envió a comprarle algo, y me ordenó que no regresara hasta que consiguiera un regalo para el mocoso. Así que, esta vez, vine preparado.

Tetas de Leche vitoreó con apreciación en cuanto me vio llevar la estúpida bolsa de regalo de color rosa.

—No puedo creerlo —jadeó, acercándose a mí y, por suerte, liberándome de mi regalo—. Pett-Pett puede aprender modales.

—Sí, es un jodido milagro. —Le fruncí el ceño al tiempo que tiré el cuello de mi camisa—. ¿Dónde está la cerveza? En vez de señalarme en la dirección correcta, cruzó sus brazos sobre su pecho y arqueó una ceja. —Antes de que bebas nada, tú y yo tendremos una pequeña charla. Mierda, eso no sonó bien. Pick debe haberle dicho de lo mío con Katniss. —Supongo que no vas a decirme que quieres ponerle mi nombre a tu próximo hijo.
Resopló. —No. Mi próximo hijo ya tiene nombre, pero gracias. Lo que
quiero saber es qué crees que se me pasó por la cabeza al instante en que entré en la oficina de Finnyck, y encontré un condón usado en el bote de basura.

Mis ojos se ensancharon.
—Oh, mierda. Lo siento mucho.
—Ni siquiera pensé en ese escenario. Pero entonces fruncí el ceño—. Espera, no creíste que te
engañó, ¿verdad? —Ellos eran tan unidos como Noel y su mujer, Hamilton y Rubia, Lowe y Buttercup. Esas parejas simplemente no se engañaban.
Tetas de Leche frunció aún más el ceño. —Por una fracción de segundo, hubo un momento en que sentí una pizca de inquietud.

—Se estremeció—. Fue el peor medio segundo de mi vida. Así que, muchas gracias, idiota, por hacerme
experimentarlo. —Me golpeó el hombro, y marchó enfurecida a hablar con Lowe y Buttercup, que daban vuelta las hamburguesas en la parrilla. Hamilton y Rubia se encontraban también por ahí, jugando con los dos niños de Eva y
Finnick. Y Hart estaba junto a los refrigeradores de cerveza. Comencé a dirigirme allí, ya que necesitaba un trago. Cuando me vio, sonrió.

—Oye, Pett. Mira esto. He estado practicando. Lanzó una botella de alcohol vacía en el aire, y la atrapó por detrás de su espalda. Una vez que la tuvo en la mano, lo llevó a la parte delantera y fingió servir en una taza invisible. Con una sonrisa, levantó la mirada para evaluar mi
reacción.

—Pensé que conseguiría más propinas si lo hago en el trabajo.

En realidad, fue un movimiento estupendo. Pero fruncí el ceño como si no me impresionara. —Siempre tienes que esforzarte para ser mejor que yo, ¿no? Se rió. —¿Esforzarme? En realidad no. Ser mejor que tú es algo que me sale natural.

—Como sea.

Empecé a alejarme, pero él gritó—: No eres un fan de Cocktail, ¿no?
Hice una pausa y miré hacia atrás. —Cock... ¿qué?

—Cocktail. La película de los años ochenta. Tom Cruise. Elisabeth Shue. Negué. —Nunca la he visto.

—¿Qué hay de Coyote Ugly? —Procedió a girar la botella sobre su mano y atraparla de nuevo.

Maldito fanfarrón. Negué. —¿Coyote Ugly? —repetí estúpidamente—. ¿Es
otra película o algo así? —Bueno, en realidad miré esa porque mostraban a chicas sexys, pero no iba a decírselo. Hart suspiró y sacudió la cabeza.

—Hombre, no tienes remedio. Ooh,
Katniss. —Mirando detrás de mí, sonrió—. Mira esto. Lo aprendí yo solo. Me tensé, sorprendido al saber que ella venía detrás de mí y ni siquiera la sentí. Cuando me volví, la vi observando a Hart hacer sus trucos de Cocktail y Coyote Ugly.

Perfecto Y Casual.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora