13. Pesar

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Es imposible no sentirme como una idiota. Siempre he sabido en lo que me estaba metiendo. Lo sé desde la primera vez que me acosté con Adam. Aunque, que siempre lo haya sabido tampoco hace que se sienta menos dolorosa. Me hace ver como estúpida, pero aun así sigue doliendo.

No es la primera vez que encuentra a alguien que parece la indicada. Alguien que me quitará la responsabilidad de lidiar con su impulsividad sexual.

¡Cielos!

Ya ha pasado, ilusión y desilusión; no obstante, siento que no puedo reponerme y me siento... engañada.

Cand aparece y coloca uno de los cafés que trae frente a mí. Estamos en la cafetería de la academia.

―Toma, para que despiertes de una buena vez de tu tontería ―dice sin nada de tacto o conmiseración.

―Sí que eres malvada.

―Soy realista, Elia.

―Él no te necesita. Solo te usa cuando no tiene a nadie más a quien usar.

―Por Dios, ya para. Tengo suficiente con lamerme mis propias heridas.

―Elia, sabes que te quiero, y odio que ni siquiera tu misma te des tu propio valor ―expone haciendo que trague grueso―, por eso tienes que hacerlo, y aun estás a tiempo. Sabes que lo mejor que pudo pasarte fue eso para que te dieras cuenta de que no eres su botiquín de polvos solo para cuando los necesita.

―Sigues siendo malvada.

―Soy sincera.

Se mantiene en su postura.

―Ya veo, te pareces a mi madre.

―¿Se lo contaste?

―¡No! ―Niego espantada con la idea de lo que me dirá, aunque será difícil que no vea a Adam con su nueva chica y saque sus propias conclusiones.

La verdad no quiero ver como se regodea de mi tragedia diciéndome una y otra vez que me lo advirtió.

―Bien, no volveré a decir nada del asunto. Le echaremos tierra y haremos algo al respecto, porque no te vas a quedar echada llorando por ese imbécil.

―Cand...

―¿La trajiste?

―Estás loca ―suspiro.

―Deberías rogar que aun te quieran como modelo.

―Sigo pensando que es una broma ―digo sacando la tarjeta de mi billetera.

En algún momento pensé en botarla, pero al final nunca lo hice y la he conservado. Ella exigió que la trajera, que intentaríamos conseguir ese trabajo; sin embargo, sigo sin estar segura de ello. O de que sea verdad.

―Doce noches no son nada. Te servirán para no estar allí cuando ese imbécil se dé cuenta de la estupidez que cometió y vuelva a rogarte.

―No creo que haga eso, esta vez parece que va en serio. En anteriores ocasiones sus padres nunca habían estado tan interesados ―emito con pesar.

―Yo espero que sí, y entonces le harás saber que ya no te importa.

―No lo conoces, Cand.

―No a él, pero a ti sí. Ahora dámela ―insiste.

Largo un suspiro antes de entregársela. Después hace un gesto para que le de mi teléfono. Pongo los ojos en blanco, pero termino dándoselo y no pierde tiempo marcando el número de la tarjeta.

Empiezo a sudar aguardando y cuando pienso que no le van a contestar, sucede. Ella extiende enseguida el teléfono hacia mí. Me quedo muda observando como me insiste que hable, hasta que del otro lado de la línea sale una voz de mujer que dice:

―¿Quién habla?

Paso saliva y aclaro mi garganta para poder hablar.

―Disculpe, soy Elianne Campbell ―respondo y solo espero que la mujer no me cuelgue mientras Cand me hace señas para que siga hablando―, recibí una tarjeta y llamo...

―¿Elianne Campbell? ―pregunta interrumpiéndome como si no hubiera entendido mi nombre.

Me frustra un poco con lo nerviosa que estoy.

―Sí, ese es mi nombre.

―Espere un momento ―prosigue y la línea queda muda.

Cand hace señas sobre lo que sucede y yo le miro con desánimo. La verdad no espero nada de esto, y es probable que, si existiera una oportunidad para posar para el pintor Leroux ésta ya se extinguió.

―¿Sigue allí señorita Campbell? ―La voz de la mujer me causa un sobresalto.

―Eh, sí ―contesto recomponiéndome.

―Puede venir esta tarde para recibir indicaciones y firmar el papeleo ―me informa y yo me quedo sin habla y muy sorprendida de que estuviera equivocada―, ¿señorita Campbell? ―insiste y tengo que espabilarme.

Todo es tan extraño.

―Sí, sí puedo ―contesto sin detenerme.

―Perfecto, anote esta dirección ―continúa la mujer y me apresuro en sacar mi libreta de bocetos y escribir con lápiz de carboncillo: Calle Sabana street, Galería Dominique―, la esperamos a las seis. Sea puntual ―añade y me cuelga.

―¿¡Qué te dijo!? ―Cand pregunta excitada mientras yo aun sigo sin comprenderlo con el teléfono pegado a la oreja.

―Dijo que fuera allí ―respondo mostrándole la dirección que me diera.

Ella abre sus ojos.

―Te dije que no era una broma ―festeja y enseguida me abraza.

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Quiéreme por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora