35. Resiliencia

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Verlo allí me hace tragar con dificultad el nudo que se me hace en la garganta. Cand también lo ve y su cara se transforma. Su expresión es de querer lanzársele encima pero no para abrazarlo, le contengo tomándole del brazo.

―Tranquila, puedes irte.

―Elia... ―gruñe.

―Por favor.

―A ese imbécil urge que lo pongan en su lugar.

―Lo sé, pero ya puedo manejarlo ―le digo optimista, aunque no sea verdaderamente cierto.

No sé si lo logre, sin embargo, soy consciente que algo ha cambiado en mí, porque ya no me da alegría verlo. Ella se resiste, pero al final cede a mi pedido.

―Llámame y me cuentas todo ―advierte mirando con recelo a Adam que se pone en pie.

Cand entra en el auto sin dejar de hacerme advertencias. Una vez se marcha me fijo en que Adam no tiene equilibrio y está algo ebrio. Era de esperarse. Me acerco.

―¿Qué haces aquí? ―pregunto encarándole.

―Elia ―susurra, luego sacude su cabeza como si buscara la lucidez suficiente para seguir hablando.

―Habla, Adam, estoy cansada y necesito entrar ―digo irascible.

―Me escapé de mi despedida de soltero ―habla trastabillando las palabras.

―Debiste quedarte.

―No pude hacerlo, he estado pensando mucho en ti.

―Vaya, debería alegrarme.

―¿Por qué estás enojada, Elia? ―pregunta y yo sonrío sintiéndome estúpida.

¿Por qué estoy enojada?

No lo estoy. Estoy dolida y esperaba que él lo entendiese así después de todo lo que pasamos juntos. Adam me mira como si no entendiera mi actitud.

―Dijiste que te pondrías feliz cuando yo encontrara mi felicidad, y quiero que estés feliz conmigo.

La verdad es que no doy crédito a lo que dice, sin embargo, no puedo más que alegrarme de que por fin haya encontrado lo que buscaba en otra persona, porque está claro que nunca pensó que fuera yo. Para él solo era una cura momentánea a su necesidad y nada más. Ahora ya tiene su antídoto definitivo.

―¿Qué es lo que quieres?

―Quiero que estés a mi lado, que compartas esto conmigo. He tratado de decírtelo de todos modos y parece que no te llega mi mensaje.

―Eso no es necesario, si algo hay cierto entre nosotros es que duraría hasta que tu encontraras a alguien que estuviera a tu altura y pudiera sobrellevarte, y parece que lo has encontrado. Pero, no crees que es injusto que tenga que verlo.

―¿No estás feliz por mí?

―La verdad sí, Adam ―contesto con tanta rapidez que hasta yo me sorprendo―. Ahora sé feliz por el resto de tu vida.

Siento que con eso digo lo único que debería desearle y no queda nada más. «Se acabó», me digo a mí misma. Luego no sé por qué me pongo nostálgica, aunque debe ser por el pesado peso que he llevado todos estos años.

No obstante, esa tonta reacción se lo lleva de mí dejándome liviana y sintiendo que ya puedo respirar.

―Elia ―murmura.

Me vuelvo hacia él y ahora tengo ganas de golpearle. Al final siempre ha sido un egoísta que solo se acuerda de mí cuando siente el peso en su consciencia, y no creo que sea porque me quiere, porque nunca ha sido amor.

―¿Trajiste auto? ―pregunto.

Él niega.

―Te pediré un taxi, vuelve a tu fiesta.

―¿Elia? ―llama tomándome del brazo―. Quiero quedarme contigo una última vez ―pide y esa parte de mí que habría cedido se disolvió con su egoísmo.

Lejos de sentirme mal, me alegro de ello. Antes no me habría dado cuenta porque estaba en una nube; pero ya se ha deshecho y he caído de ella a la realidad. A mi realidad y en ella, ya no está Adam. Un taxi atraviesa la calle y voy por el deteniéndole. Adam me mira como si creyera que yo no era capaz de rechazarle y echarlo.

Le indico al conductor que le lleve a su casa y luego abro la puerta señalándole que entre. Él sigue renuente hasta que quizás nota que esta vez no cederé a sus caprichos. Me mantengo inmutable, seria, hasta que se da por vencido cuando el hombre del taxi se inquieta y pide que suba o se marcha. Al final cede y sin dejar de mirarme atónito, sube al taxi. Cierro la puerta como si con ello cerrara esa parte fútil de mi vida, y cuando este se marcha mi pecho se encoge y tengo que ir a sentarme porque con todo lo que he hecho aun persistía la duda de si lo podría hacer.

Observo como se pierde el taxi al final de la calle, y la verdad es que no me importa si vuelve a su fiesta o va a casa, o lo que haga con su vida. Ya no me importa nada nada de él.

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Quiéreme por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora