20

30 5 0
                                    

No he visto a la señora Watanabe desde que estábamos en séptimo grado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No he visto a la señora Watanabe desde que estábamos en séptimo grado. De lo que recuerdo, y de lo que sé (gracias a su hermosa florería, y de las veces que la miro trabajar realizando los arreglos florales), es que es una dama en toda la extensión de la palabra: muy alta y delgada, de largo cabello castaño claro extremadamente liso, y boca pequeñita. Sus movimientos (la manera en que toma las flores, y las coloca en los floreros, acomodando cada detalle) así como la delicadeza con la que la veo atender a sus clientes, me recuerdan a una mujer salida del Japón feudal. Al señor Manoban no lo conozco, pero por lo que Haruto me ha comentado, es un chef especializado en alta repostería, por lo que me imagino su metodología de trabajo ha de ser igual de delicada y atenta al detalle que la de su esposa. Eso explica por qué el té de matcha sabía tan delicioso.

Lo peor, es que exactamente así recuerdo que eran las cosas en casa de Park Jeongwoo. Su madre también era toda una dama con la apariencia y los modales de una mujer salida de un drama coreano ambientado en la era Joseon. Su padre, que, si bien era doctor, igualmente acostumbraba dirigir finas cenas de beneficencia a favor de los niños con cáncer, y adultos mayores con diabetes. Recuerdo que la madre de Park Jeongwoo era fanática de hacer arreglos con bambú, y también recuerdo que solían ir los veranos a casa de sus abuelos a ayudar a hacer soju casero de la manera tradicional.

Todo esto hace que no sepa qué esperar de la cena a la que Haruto me ha invitado. Es decir, la señora Watanabe ya me conoce, pero nunca lo ha hecho con el título de novio de Haruto. El único portador de dicho título ha sido Park Jeongwoo, y yo no soy para nada como él. No sé nada sobre la preparación del soju, y no realizo arreglos de bambú. Tampoco hay nada en mí o mi familia que grite surcoreanos como para interesarle a su familia extranjera por ambas partes. En cierto modo, la familia Kim es demasiado moderna: nos sentamos frente al televisor a ver documentales de National Geographic, las películas favoritas de Hyunsuk son las de Marvel, Junghwan abandonó tae kwon do porque se aburrió, y yo personalmente solo horneo postres porque a Hwanie-chan le fascina comer. Y ni siquiera son postres tradicionales que puedan impresionar al chef Manoban, ni postres internacionales como dangos o mochi que puedan hacer que la señora Watanabe me elogie al decir le recuerdan a su país natal. Los favoritos de Junghwan son las donas.

Una vez más, estoy corriendo de mi armario al de Hyunsuk, y viceversa, buscando algo qué ponerme. Haruto me dejó en casa después de nuestro viaje a Motgol Market, y me ha advertido que a las seis pasará de nueva cuenta por mí, para llevarme a su casa a cenar. Apenas tuve tiempo de dejar mi ramo de cosmos en un jarrón con agua, y darme un baño. Son ya la cinco cuarenta y cinco y sigo sin tener la menor idea de qué ponerme.

-¡Junghwan! -sí, estoy tan desesperado que inclusive pediré ayuda al maknae de la casa.

Al final, nos decidimos por un pantalón de vestir negro, cinturón con hebilla de plata, y una camisa de mezclilla, a la cual le hemos doblado las mangas para que me lleguen al codo, todo salido del armario de Hyunsuk. La verdad es que es un conjunto que pudo haber salido del mío, pero si viene del de Sukie se ve diez veces más impactante. Hwanie-chan me presta unos mocasines que yo ni tenía idea que existían (que suerte que soy de pie pequeño, y él es un patón), con lo que tras cepillarme el cabello y ponerme del perfume que Yedam me prestó hace meses y se olvidó de llevárselo, estoy listo justo a tiempo.

A Todos Los Chicos De Los Que Me Enamoré [Una Adaptación Harukyu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora