XIV

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Aun cuando llevara media vida soñando con aquel lugar, el desconcierto que sentía al abrir los ojos nunca llegó a desaparecer del todo. Conocía aquellas paredes blancas y resplandecientes como si ya fueran parte de sí mismo y, aun así, la sensación de no saber qué estaba sucediendo lo asaltaba cada vez que volvía a él. Sin embargo, una vez que sus ojos se hacían a la luz y bailaban por el lugar en busca de algo familiar a lo que aferrarse, su corazón revoloteaba al reconocer el que ya era el hogar de sus sueños.

Como siempre hacía, contó rápidamente el tiempo que pasó desde la última vez. Casi dos meses. Menos tiempo del habitual, aun cuando al Hyunjin del pasado eso le hubiera parecido una espera eterna. Esta vez, en cambio, era diferente. Ya no tenía que esperar a volver a soñar para verlo de nuevo, pues los sueños y la realidad se habían fusionado en uno solo. No había incertidumbre, ya que Jeongin ya no estaba encerrado solo en sus noches. Ahora formaba parte de su realidad.

No lo costó mucho encontrarlo. En el solitario vacío de aquel lugar, la figura de Jeongin resaltaba sobre las níveas paredes. Para su sorpresa, no estaba sentado en el suelo como normalmente hacía, sino que estaba de pie mirando de cerca la muralla blanca que los rodeaba. Tenía el rostro a tan solo unos centímetros de la superficie nublosa y fruncía el entrecejo hasta el punto en el que sus cejas parecían una sola.

—Innie —le llamó.

Al escucharlo Jeongin despertó del trance en el que estaba perdido y se separó de la pared. Se dio la vuelta para buscarlo y, cuando lo vio, sus mejillas se sonrojaron y las comisuras de sus labios se alzaron con timidez. Sacó una de sus manos del bolsillo de su sudadera y le hizo un gesto a Hyunjin para que se acercara.

—¿Qué haces? —le preguntó cuando estuvo a su lado.

—¿Alguna vez te has fijado en las paredes de este sitio? —Jeongin llevó uno de sus dedos a la pared y presionó. La superficie se onduló para darle paso como si de agua se tratara, pero no pudo avanzar más que unos pocos centímetros antes de que rebotara y le hiciera retroceder—. Parecen tangibles, pero en realidad son como una extraña gelatina.

Por supuesto, Hyunjin ya lo había hecho. Con el paso de los años tuvo el tiempo suficiente para examinar cada rincón de aquella sala en busca de una pista para entenderlo. Nunca llegó a una conclusión clara que le permitiera localizar en dónde se encontraban, pero sí que descifró otra información. Aunque el vacío lo hacía parecer simple, Hyunjin descubrió que tenía su propio e indudable funcionamiento.

Las reglas eran sutiles. A no ser que estuvieras pendiente de ellas uno las interpretaría como meras casualidades. Sin embargo, también eran inquebrantables, puesto que jamás vio que una sola se rompiera. Por ejemplo, la primera regla que descubrió fue que Jeongin siempre llegaba antes que Hyunjin. Desde que fue consciente de aquellos extraños sueños, no recordaba una sola ocasión en la que abriera los ojos y Jeongin no estuviera ya allí esperándole.

Hubo una época en la que pensó que a lo mejor eso se debiera a quién de los dos se dormía primero, por lo que comenzó a dormirse cada vez más temprano para ver si podía llegar antes que Jeongin. Para sorpresa de su madre, en varias ocasiones lo encontró metido bajo las sábanas de su cama cuando no eran ni las seis de la tarde y lo regañó por irse a dormir tan temprano sin siquiera haber cenado. A pesar de sus esfuerzos, nunca sucedió. Por mucho que lo intentara, Hyunjin siempre era el último en aparecer en aquel solitario lugar.

En segundo lugar, los sueños no tenían una duración predefinida. Era casi imposible medir el tiempo en aquel confuso vacío, pero estaba seguro de que no siempre duraban igual. A veces se despertaba en un mísero suspiro y cuando comprobaba el reloj de su mesita de noche ni siquiera había pasado una hora desde que se fue a dormir. Otras veces su madre tenía que irlo a buscar a su habitación, ya que ni siquiera su despertador fue capaz de sacarlo del sueño.

ONIROS ┃hyunin, minsung┃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora