XXIII

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Esa noche no pudo volver a conciliar el sueño. No solo porque cuando se levantaron del pasillo ya era prácticamente de día y sus padres salieron de su habitación listos para preparar el desayuno entre todos, sino porque la confesión de Jeongin se le clavó en el pecho como una estaca podrida que le estaba corroyendo.

Más allá de la conmoción por lo que le había contado, y por sorprendente que resultara, lo que le devoraba a Hyunjin era la culpabilidad. El deseo de haber hecho algo en el pasado para acabar con el sufrimiento de Jeongin y la necesidad de curar todas y cada una de sus heridas. Al principio, cuando se lo estaba contando, solo sintió tristeza pura. Sin embargo, a medida que avanzó el tiempo y tuvo que ponerse a preparar el desayuno con su familia, algo tan rutinario y que hacía todos los días, su cabeza empezó a hacer de sus travesuras.

Con el relato de Jeongin en sus manos, todas las piezas del rompecabezas se unieron de golpe. Su miedo a no encajar, a no ser entendido por los demás... De repente, todos temores tenían sentido y explicación. Jeongin vivió años de su vida aislado, sometido a un maltrato tanto psicológico como físico, y cuando volvió al mundo real y volvió a relacionarse con otros niños de su edad no fue bien recibido. Ahora entendía lo que se escondía detrás de sus metáforas de la soledad, de la incapacidad de expresarse y de comunicarse con los otros. Ahora entendía que las metáforas no eran más que una metáfora en sí misma, una señal más de lo difícil que era para Jeongin ser entendido, pero lo mucho que deseaba que alguien lo comprendiera.

Hyunjin quería ser ese alguien para él. El pensamiento estaba en su mente desde hace tiempo, pero ahora, con todas las páginas de su historia ya escritas, ese deseo se transformó en necesidad. Y, a su vez, la necesidad se deformó en desespero. ¿Cómo podía él hacer sentir bien a Jeongin? ¿Cómo podía hacer frente a un pasado tan peliagudo como el que cargaba sobre sus hombros, cuando él no era más que un chaval como otro cualquiera? No era más que un mero estudiante de diecinueve años, con buenos amigos y una familia que lo quería, con problemas mundanos y que no había experimentado tanto dolor como el que había sufrido Jeongin a lo largo de su vida.

Era demasiado. A cada segundo que pasaba, el torbellino de emociones lo ahogaba más y más. Sentía rabia hacia la mujer que le arrebató la libertad a Jeongin durante tanto tiempo y que le hizo odiarse a sí mismo. Sentía amargura por la vida feliz que tuvo en su día, pero a la que el destino quiso ponerle fin sin previo aviso. Pero, sobre todo, sintió angustia. Angustia por prometerle a Jeongin que lo protegería y que lo haría feliz, incluso aunque realmente no estaba seguro de poder hacerlo.

Quería con toda su alma ayudar a Jeongin y, sin embargo, ahora que por fin tuvo la oportunidad de acceder a su pasado, entendió que la carga era mucho más pesada de lo que jamás había imaginado. Abrumado, ni siquiera pudo concentrarse en el sándwich que se estaba preparando y casi se cortó con el cuchillo con el que estaba pelando una manzana para su padre. Estaba allí presente, pero su mente estaba en otro lado.

—¡Por dios, Jinnie! ¿Estás bien? —gritó su madre asustada al escuchar el vaso de cristal romperse contra el suelo de la cocina. Corrió hasta donde se encontraba y cogió sus dos manos entre las suyas, inspeccionándolas para asegurarse de que no se había hecho daño.

—Estoy bien. Se me ha resbalado porque no lo sequé bien. Perdón —mintió.

—Jeongin, ¿puedes ir a buscar la escoba? Está en el piso de arriba —le pidió Yongmin. Él asintió y salió de la cocina para traerla—. No pasa nada, hijo. No es más que un vaso, ya compraremos otro.

A pesar de ese pequeño accidente, creía que lo estaba disimulando bien. Más allá de sus pequeños despistes, pensaba que no había nada en su comportamiento que pudiera llamar la atención de los otros. Sin embargo, Hyunjin era una persona a la que se le leían las emociones en el rostro y, sobre todo, que no era especialmente perspicaz. No se dio cuenta de las miradas confusas que se lanzaron sus padres, ni el brevísimo murmullo preocupado que le susurró Haneul a Jeongin en el oído. Para Hyunjin, en ese momento solo existían él y sus pensamientos.

ONIROS ┃hyunin, minsung┃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora